Construir pueblo, un reto para recuperar la democracia

Tenía interés en profundizar en el discurso que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe han construido en el campo de la izquierda, sobre la deconstrucción del marxismo y su teorización en el campo de la hegemonía y la estrategia que deben de seguir los movimientos populares desde la izquierda para superar tanto a la socialdemocracia como al marxismo clásico. Este interés venía dado por la influencia que estos dos teóricos habían tenido en el discurso inicial de Podemos y, sobre todo, en uno de sus fundadores: Íñigo Errejón. Uno de los motivos que hizo que aumentase mi interés era, sin duda alguna, la catarata de opiniones que se han realizado en los últimos tiempos acerca del posicionamiento ideológico y político de Íñigo Errejón. Se han realizado comentarios de todo tipo y condición, en función de donde provinieran y la finalidad que buscaban. Después de la lectura de este libro y algún otro trabajo me  ha servido para llegar a la conclusión de que muchas de las cosas que se han escrito y dicho en absoluto se ajustan con la realidad y además están contaminadas por intereses espurios.

Para profundizar en lo anteriormente expuesto, he leído con mucho interés un libro que me ha servido para profundizar en esta materia: “Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia”, Icaria editorial, cuyos autores son Íñigo Errejón y Chantal Mouffe. No es un libro de reciente aparición. La elaboración del libro hay que situarla en febrero de 2015. Es un detalle importante porque en ese momento Podemos apenas tiene un año de vida y está a punto de afrontar su primera gran batalla política: las elecciones municipales y autonómicas. Pero, por el contrario, su lectura pasados cuatro intensos años es interesante y enriquecedora porque, sin duda alguna, desde esta perspectiva temporal ayuda al lector a realizar un análisis e interpretación mucho más sólidos de los movimientos políticos que se han producido en el Estado y las diferencias políticas surgidas en Podemos. Una vez de leerlo y de reflexionar sobre su contenido con la perspectiva del tiempo transcurrido desde su publicación he pensado en realizar este artículo.

Es un libro escrito en forma de un diálogo entre los autores, lo cual hace que su lectura sea tremendamente amena. Los diálogos están muy bien estructurados porque van sabiendo engarzar los diferentes bloques o temas que tratan, lo cual es de gran ayuda para el lector. En el arranque del mano a mano que mantienen los dos autores sale a relucir la obra “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia” que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe escribieron en la década de los 80 y que en su momento generó un gran debate en la izquierda marxista mundial y que en estos momentos vuelve a ser un manual que sirve para el debate en el campo de la izquierda.

En el libro de Íñigo Errejón y Chantal Mouffe se tratan diversos temas que hoy en día forman parte del debate ideológico y político, pero sin duda, lo que subyace en todo momento es el concepto de hegemonía ligado  a la figura de Antonio Gramsci, que hoy en día vuelve a ser de actualidad dentro los movimientos populares de izquierda. En cada tema que tratan, de alguna manera, está presente la influencia del teórico italiano. También hay otra cuestión que surge en diferentes momentos a lo largo del libro: la crítica a lo que se conoce como Tercera Vía que nace dentro del Laborismo británico y que pone práctica Tony Blair.

El libro tiene una óptica global. No solo se analiza a Europa. La temática latinoamericana y las experiencias de los movimientos políticos y sociales de este continente salen a relucir en los diferentes temas que tratan. Tiene grandes dosis de teoría política, pero en todo momento utilizando ejemplos de situaciones políticas que se han producido en los últimos cuarenta años en diversos países de nuestro entorno como de Latinoamérica, que sirven para poder entender el camino recorrido hasta la actualidad.

El libro tiene un buen arranque. Chantal Mouffe da unas pinceladas de la obra que escribió junto a Ernesto Laclau. Realiza una visión panorámica de lo que ha sido la izquierda marxista y la socialdemocracia europea a partir de los años 70, su incapacidad para articular las diferentes luchas existentes con la lucha de la clase obrera y crear voluntades colectivas. Comenta que, en su obra, hay una crítica al esencialismo marxista y a la socialdemocracia a la hora de saber abordar los nuevos retos y necesidades de los diferentes movimientos populares (feminismo, ecologismo, etc.). Laclau y Mouffe, inspirados en el concepto de hegemonía de Gramsci, ven la necesidad de articular entre sí todas esas luchas. Realizan una crítica a la deriva de la socialdemocracia europea al asimilar el discurso liberal, a través del modelo de la Tercera Vía, y lo que ello comporta: la desaparición de las identidades colectivas y el triunfo del individualismo. Chantal Mouffe incide en que la socialdemocracia no supo asimilar la caída del modelo soviético. Ello le impidió a la socialdemocracia ser alternativa y dejó el campo libre a liberalismo para que impusiera su hegemonía, achacando a los partidos de izquierdas una parte muy importante de la esa “gran rendición a la hegemonía liberal” al no cuestionarla lo que ha generado “nuevas formas de identidad y la gente no tiene los mismos valores: hay un nuevo individualismo y consumismo”. O dicho de otra forma: fomentando al ciudadano esa idea que lo que debe es vivir sin sobresaltos, que tenga educación, sanidad y alguna que otra prestación del Estado del bienestar pero abandonando el concepto de comunidad. En este ensayo Mouffe responsabiliza a la Tercera Vía el abandonar la idea de comunidad y de las identidades colectivas para aceptar la idea liberal del individualismo.

Por su parte Íñigo Errejón analiza de forma muy sencilla y clara lo que fue la Transición española. Cómo se hizo y en qué momento político se encuentra el Estado español.  A su análisis se le puede discutir o matizar algunas cuestiones, pero la descripción es diáfana: el proceso de Transición fue liderado por las élites de la dictadura y no hubo una movilización lo suficientemente fuerte como para abrir otro ciclo político que capitaneara la ruptura. Pero, sin duda, lo más interesante es cómo responsabiliza a la socialdemocracia del PSOE, del giro neoliberal que se da en este país. Hace una exposición sencilla pero muy ilustrativa de lo que han supuesto para el Estado español los gobiernos del PSOE. Lo fundamenta en una serie de datos que no son cuestionables. Para Errejón todo esto ha proyectado un mensaje a la ciudadanía que los partidos que han gobernado cada vez tienen menos diferencias ideológicas ente sí, han abandonado la confrontación política, sustituyéndola por consensos que se realizan a espaldas de la ciudadanía lo que ha llevado a producir una “desafección” por parte de la población hacia la política. Esta cuestión en otro apartado del libro lo desarrolla con más profundidad cuando analizan el surgimiento de los populismos de derechas en Europa.

Íñigo Errejón realiza un comentario que es muy sintomático de lo que ha pasado en estos cuarenta años en el Estado español. Afirma que, aunque la gente sigue votando, “se ha ido erosionando un poco el sentimiento de pertenencia a los partidos tradicionales” y se han llegado a perder lealtades. Sin duda alguna, esto es un resumen de la evolución de nuestra sociedad dentro del marco político en el que vivimos, en el que muchas de las decisiones que afectan a las personas no se toman por los representantes políticos sino por los grupos de poder. He querido resaltar esta parte de forma algo extensa para desvirtuar ese discurso que hay instalado en ciertos sectores de la izquierda que encasillan a Errejón en la socialdemocracia. Nada más lejos de la realidad.

En el libro hay una crítica tanto a la socialdemocracia como a la izquierda marxista europea porque no ha sabido adaptarse a los cambios de la sociedad. A los primeros por asimilar el modelo liberal y a los segundos por carecer de una estrategia para llegar al poder. Por lo que respecta a las luchas populares que se han dado en Latinoamérica, realizan una crítica a todas las experiencias que intentaron construir contrapoder popular desde fuera del Estado, es decir, “cambiar el mundo sin tomar el poder” y que han sido un paso atrás en todos los aspectos (movilización social y empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares). Esta situación lleva a los autores a volver a sumergirse en los conceptos de hegemonía y contrahegemonía y como el liberalismo ha sabido hacer hegemonía en las sociedades occidentales mucho mejor que la izquierda. Dan una gran importancia a la guerra cultural e ideológica en el camino para lograr la hegemonía, entre otras cosas, para romper con un concepto arraigado en la izquierda tradicional cuando los autores afirman que “en la política las posiciones y el terreno no están dados, son el resultado de la disputa por el sentido”. Para los autores hoy en día no se es de una ideología por la clase a la que uno pertenece, cosa que la izquierda tradicional aún no ha asimilado.

En el libro hay un ejercicio de reordenar las posiciones políticas para buscar la centralidad, que no el centro. Es una ruptura con el orden clásico existente en la política, esa dicotomía entre derecha-izquierda para fijar nuevas fronteras y las posiciones que ocupa cada uno para lo que denominan la producción de identidades “nosotros-ellos”. La construcción de un “nosotros” como creación de una identidad colectiva frente a un “ellos” representado por el adversario político. Es lo necesario para confrontar proyectos políticos y no entrar en el juego de los consensos que llevan al “languidecimiento de la democracia” debido a que las diferentes fuerzas políticas se parecen más entre sí y las decisiones se toman fuera del ámbito de la soberanía popular. Por ello plantean que esta situación en muchos casos puede llevar a la aparición de populismo de derechas.

Responsabilizan a los consensos de dentro de la crisis de la democracia representativa. Por el contrario, abogan por recuperar la democracia, lo que implica una confrontación de ideas permanente “la contienda infinita”.  

Es interesante el análisis que hacen del populismo, para Chantal Mouffe este fenómeno está ligado con la crisis de los partidos tradicionales y las instituciones incapaces para expresar los nuevos antagonismos producidos por el neoliberalismo.

En este ensayo hay un espacio para el 15M y para Podemos en el que los dos autores debaten acerca de relación y las diferencias entre ambos fenómenos. Errejón es muy claro cuando explica la concepción que la izquierda tradicional tenía del 15M: “demostración de ingenuidad”, “es una profunda equivocación porque no sale en los manuales”. Analizan el papel que desempeñó el 15M para canalizar el desencanto y la politización del descontento. El nacimiento de Podemos es tratado como una experiencia totalmente innovadora porque no sigue ninguno de los métodos que ha utilizado la izquierda tradicional para saltar a la arena política. Hicieron todo lo contrario a lo que se había hecho hasta ese momento y fue un rotundo éxito.

Pero sin duda, una de las cuestiones más interesantes es cuando tratan los cambios que en ese momento emergente  había introducido Podemos a la hora de posicionarse en el tablero político: El abandono de la división tradicional izquierda-derecha por una contraposición con mayor carga de mayor contenido popular: “el país real, de la mayoría de los de abajo, frente a los de arriba”. Renuncian a la construcción de la izquierda para construir un pueblo.

No me voy a extender en mencionar y comentar todos los temas que Cantal Mouffe e Íñigo Errejón tratan en su libro porque me alargaría mucho. Ese trabajo lo dejo para que la persona que haya leído mi  artículo se anime a leerlo. Estoy convencido que su lectura le servirá para poder entender mejor el entorno político en el que vivimos hoy.

A vueltas con Marx. Algunas reflexiones

El filósofo Slavoj Žižek ha publicado recientemente un ensayo con el título “La vigencia de El manifiesto comunista”[1]. Es un libro no muy extenso, pues es una edición de bolsillo y solo tiene 76 páginas, sin embargo es de lectura densa y, en algunos momentos, se puede hacer algo espeso. En este ensayo, el autor realiza una reflexión sobre el capitalismo y la situación en la que se encuentra. Para ello utiliza el conjunto de la obra de Marx y diserta sobre la validez de la obra del filósofo alemán en nuestros días.

Cuando uno lee a Slavoj Žižek no le deja indiferente. Su forma de escribir provoca que el lector esté expectante a la espera de la resolución, un tanto desconcertante, del planteamiento que realiza.

La lectura de este ensayo, como no podía ser de otro modo, me ha inducido a volver a releer el texto original de Marx y me ha vuelto a suceder algo que dice mucho a favor de él. Siempre que lo releo extraigo algún fragmento que anteriormente no le había dado la importancia que tiene. Hay que tener presente que estamos hablando sobre un texto político que tiene más de 170 años de antigüedad y sobre el que se siguen realizando análisis de todo tipo. Todo ello me ha provocado el deseo de hacer algunas reflexiones al respecto:

¿Las teorías de Marx están desfasadas en la actualidad?

Para responder a esta pregunta a través únicamente del Manifiesto Comunista es necesario poner el foco en el capítulo primero[2] de esta obra de Marx. En él desarrolla la historia de los diferentes modelos económicos de producción que ha habido en la historia. Lo que conocemos como materialismo histórico, englobado dentro de lo que denomina la infraestructura[3] y sobre el que profundiza Slavoj Žižek en su ensayo.

Al inicio del ensayo, Žižek deja claro que la revolución que propugna Marx es imposible que se pueda producir en nuestros días, al no reunir la clase trabajadora los rasgos que entiende el marxismo que tenía en el siglo XIX y que permitían  participar en una “transformación revolucionaria de la sociedad” [4]. Sobre esto habría mucho que debatir pues si bien en el Primer Mundo la clase trabajadora no cumple esos requisitos en su totalidad, al haberse transformado en muchos aspectos, en los últimos veinticinco años se ha producido un proceso de involución que está recorriendo el camino inverso. Muchas de las conquistas socio-económicas que se han logrado en los últimos 100 años empiezan a esfumarse y no sólo no parece que no se ha tocado fondo, sino que en muchos aspectos se está llegando a épocas que no conocieron ni nuestros padres. Como dicen Carlos Fernández Liria  y Luis Alegre Zahonero en un ensayo reciente, no es que a Marx haya que adaptarlo a los nuevos tiempos, es que éstos son los que se adaptan cada vez más al pensador alemán.

Pero al hablar hoy en día de capitalismo estamos tratando de un sistema económico global y, en un mundo globalizado, hay regiones en las que sí que se dan los requisitos que menciona Žižek, además de otros muchos: explotación en régimen de semiesclavitud, mareas de inmigración y refugiados huyendo del hambre de las guerras causadas por los países ricos por intereses económicos, etc. Otra cosa es que se den lo que, podríamos denominar, condiciones subjetivas para impulsar una transformación revolucionaria de la sociedad.

Hoy en día, la mayor parte de la producción se realiza en países que se encuentran en vías de desarrollo. Son los grandes productores y manufactureros, en detrimento de los países ricos que han ido paulatinamente cambiando su roll y en la actualidad se dedican a la distribución e intermediación de los productos elaborados fuera de sus fronteras y a centrar su labor en el marco del capitalismo financiero. La clase trabajadora de los países del Primer Mundo ,en un porcentaje muy importante, no desarrolla su trabajo en lo que entendemos por empresas productivas. Siguiendo el caso del Estado español, la mayor parte de la clase trabajadora desempeña sus funciones en el sector terciario y, en concreto, son servicios.

Es necesario recordar lo que dice Marx sobre la evolución de la lucha de clases a lo largo de la historia y el papel que desempeña la burguesía desde que hace acto de aparición en la Edad Moderna hasta principio del siglo XIX. Marx describe el modus operandi de la burguesía en estos últimos doscientos años: “La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con todo el régimen social […] La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes […] La necesidad de encontrar nuevos mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta”. De hecho Marx pone en valor el papel que desempeñaba esta clase social en su época: “La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario”. No cabe duda que no hay diferencia en la actuación de la burguesía de 1847 y la de 2019. Si hay algo que se está dando en el capitalismo actual es la globalización. Ahora no se produce solo para los países ricos, ahora todo el mundo es un mercado global donde se consume.  Marx también describe el proceso de concentración de la propiedad “en manos de unos cuantos” a través de la centralización de los medios de producción y esto lleva a un “régimen de centralización política”.

Entonces, podemos ir respondiendo a la pregunta de que el marxismo sigue vigente a la hora de interpretar la historia, pues el método de análisis que Marx utilizó en la primera mitad del siglo XIX nos ayuda a entender la situación actual. Aunque hay algunas circunstancias que difieren motivadas por la evolución de la sociedad, el capitalismo sigue los mismos parámetros que son los que le han ayudado a sobreponerse a todas las crisis que ha sufrido.

Llegados a este punto la pregunta que nos podemos hacer es: ¿Marx se equivocó cuando auguró la caída de la burguesía?

Durante la vida del capitalismo han existido crisis porque son inherentes a él. El capitalismo sin crisis no se puede entender. Para el capitalismo las crisis son como el oxígeno para la persona, porque gracias a ellas se refuerza. Solo hay que ver que después de cada crisis crecen el número de las grandes fortunas a costa del empobrecimiento de la mayor parte de la población, dejando siempre en fuera de juego a un segmento de la población que es de imposible recuperación, personas en exclusión social. La crisis de 2008 ha sido un buen botón de muestra. Por eso cuando hay una crisis económica el capitalismo realiza un ejercicio de búsqueda de sus anticuerpos para poder salir victorioso de esa crisis. En esta cuestión, Marx se expresa en los siguientes términos: “¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos […] remedia unas crisis preparando otras más extensas”. Da la sensación que nada ha cambiado en la forma de afrontar las crisis desde la época de Marx. Los conceptos fundamentales siguen inmutables en el tiempo.

Pero para que el capitalismo salga victorioso de cada crisis que origina necesita un pilar fundamental: el apoyo de la estructura jurídico-política que controla la ideología de una sociedad (lo que Marx denomina superestructura), que le facilite la cobertura necesaria para todo ello. Pues bien, Marx se expresa en los siguientes términos: “hasta que implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”. Nada nuevo bajo el sol. Lo único que ha hecho el capitalismo es acomodar la maquinaria del Estado al siglo XXI y para ello ha fortalecido esa maquinaria utilizando la censura y aplastando la resistencia para hacernos ver que no hay alternativa al sistema actual. Este es el motivo principal por el que Marx falla cuando pronostica la caída del capitalismo. Infravalora el poder de la superestructura y la hegemonía ideológica que tiene sobre la sociedad lo que lleva a que en la sociedad se instalen lo más pernicioso del liberalismo como es el individualismo en detrimento de lo colectivo. Esto último lo podemos ver de forma diáfana con algunos ejemplos de nuestros días: Vivimos en plena globalización de la economía, pero somos incapaces de globalizar los problemas de la sociedad. Somos insensibles al sufrimiento de millones de personas que mueren de hambre, generada por las políticas dominantes. Miramos para otro lado con la situación de emergencia generada por las guerras injustas en las que los países ricos están directamente involucrados (muertos, refugiados, etc…).

Lo mismo nos ocurre con los conflictos que se dan en nuestro entorno más cercano. La sociedad es incapaz de solidarizarse con la problemática de algún colectivo cercano cuando sale a reivindicar unos derechos y, si encima deciden realizar una huelga que nos puede afectar (en el transporte, sanidad, etc…), un sector social importante es incapaz de ver esa situación desde la óptica de la defensa de unos derechos lícitos. Para todos estos problemas la frase más común es: ese no es mi problema. Todo esto me lleva a plantear la preocupación de que si el capitalismo actual (los pensadores actuales lo llaman postcapitalismo) está viviendo sus últimos momentos es posible que la alternativa que venga sea peor. No hay que más que ver a nivel mundial el ascenso de movimientos políticos populistas de derecha, que perfectamente podemos denominarlos como el fascismo del siglo XXI. Parece que el género humano no ha aprendido todavía la lección de la historia.

De todas formas entiendo que el capitalismo todavía tiene recorrido en este mundo de corrupción en el que vivimos. Los intereses de las élites económicas y políticas son muy grandes y no van a permitir que la tarta se la quiten así como así. Tampoco veo que la forma de transformar la sociedad en la que vivimos sea por medio de grandes revoluciones, como las que hemos conocido en los libros de Historia. Quizás el camino vaya por la convergencia de movimientos sociales que tengan un denominador común: la denuncia de un sistema agotado y la necesidad de englobar las diferentes necesidades de la sociedad actual en un proyecto transversal que cuestione los valores de la sociedad actual y que profundice en la construcción de pueblo y democracia.



[1] “La vigencia de El manifiesto comunistas”. Editorial Anagrama. Septiembre 2018. Traducción de Damià Alou.

[2] Capítulo I: Burgueses y proletarios.

[3] La infraestructura es la estructura económica de la sociedad que está compuesta por las fuerzas productivas junto con las relaciones de producción

[4] Slavoj Žižek en su ensayo cita a Gerald A. Cohen que “enumera los cuatro rasgos de la idea que tiene el marxismo clásico de la clase trabajadora: (1) constituye la mayoría de la sociedad (2); produce la riqueza de la sociedad; (3) la forman los miembros explotados de la sociedad; (4) sus miembros son la gente necesitada de la sociedad. Cuando estos cuatro rasgos se combinan, generan dos más: (5) la clase obrera no tiene nada que perder con la revolución (6) puede y ha de participar en una transformación revolucionaria de la sociedad”.