Una farsa llamada reforma laboral

Karl Marx, al inicio de su obra El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, se hacía eco de una frase de Hegel en la que el filósofo alemán decía que “todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces” para apostillarla Marx, diciendo que aparecen “una vez como tragedia y la otra como farsa”[1]. Sin lugar a dudas la reforma laboral del PP fue una tragedia para la clase trabajadora y la que ha aprobado el Gobierno del PSOE-UP se ha convertido en una farsa y en una estafa para los trabajadores, castigados por las reiteradas reformas laborales que han traído de forma sistemática la pérdida de derechos en materia laboral.

Para ahondar en esta farsa, la casualidad ha querido que el Gobierno de coalición haya aprobado esta reforma laboral el día de los Santos Inocentes. Una vez más la clase trabajadora emula a los santos inocentes del Evangelio, convirtiéndose en las víctimas propiciatorias de las políticas laborales del gobierno de turno. Y he dicho bien, ha aprobado una reforma laboral y no la derogación de la reforma laboral del PP de febrero de 2012, porque el tiempo ha venido a demostrar que ni la han derogado ni había intención de derogarla.

Para analizar el fondo del problema voy a hacer un repaso a la cronología de los hechos y para ello hay que remontarse al punto de partida, que no es otro que la llegada del PP al gobierno. Después de haber obtenido mayoría absoluta en las elecciones del 20 de noviembre de 2011. Mariano Rajoy fue investido el 20 de diciembre y no necesitó ni dos meses para aprobar su tan denostada reforma laboral. Esta es la eficacia demoledora de la derecha cuando gobierna. En concreto, en el Consejo de Ministros del 10 de febrero de 2012 aprobaron el “Real Decreto-Ley 3/2012 de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral”. La convalidación de esa norma dependió única y exclusivamente de la mayoría absoluta de la que gozaba el PP en esa legislatura. Los sindicatos fueron ninguneados y el PP se puso a los servicios de la CEOE. Lo normal en estos casos.

Después de dos elecciones generales a lo largo de 2019, se produjo un acuerdo de Gobierno de coalición entre el PSOE y UP. No es que el PSOE se sintiera atraído por esta fórmula, pero es que tampoco era cuestión de convocar unas terceras elecciones en menos de un año, con el agravante de que el comodín de Ciudadanos acaba de recibir un torpedo en su línea de flotación, abocándolos a la irrelevancia política. Al PSOE ya no le daban los números en un hipotético acuerdo con Cs, así que las posibilidades de acuerdos se estrechaban por lo que la disyuntiva era clara:  pacto con UP o terceras elecciones. Esta segunda opción hubiera sido una situación propicia para que el tándem de extrema derecha PP-VOX pudieran llegar al poder y el PSOE optó por pactar con UP, como mal menor. Al fin y al cabo, el PSOE acumula una gran experiencia en política de pactos  y en cómo gestionarlos en función de sus intereses y un gran arte para torear al socio de turno. Y a todo esto UP no dudo en aceptar la propuesta. No habían tomado el Cielo por asalto, pero entraban en labores de gobernanza, que para esta formación era un salvavidas, pues sus resultados dibujaban una línea descendente. Y vendían un discurso basado en la idea que entrando en el Gobierno iban a lograr mejorar la vida de la gente.

En los acuerdos de Gobierno PSOE-UP la redacción del apartado sociolaboral fue sencilla, nítida, sin frase subordinadas ni con doble sentido. En el documento que firmaron en diciembre de 2019 a la hora de afrontar la reforma laboral del PP se expresaron en los siguientes términos: “Derogaremos la reforma laboral. Recuperaremos los derechos laborales arrebatados por la reforma laboral 2012….” (este texto venía en negrita, quizá para que no empezaran a surgir las dudas desde el primer momento y no dar munición a los escépticos a este pacto) y dieron un paso más adelante en este texto, al acordar la elaboración de “un nuevo Estatuto de los Trabajadores para el siglo XXI” (también en negrita).

Con el documento en la mano, no parecía que hubiera dudas, plasmaron en el documento una promesa electoral que ambos partidos llevaban en sus respectivos programas electorales. En condiciones normales debía de ser cuestión de semanas que el Gobierno moviera ficha para derogarla. Si el PP para sacar adelante su reforma laboral, lo que conllevaba el estudio, redacción y aprobación, no necesitó ni dos meses, la derogación debía de ser casi de la noche a la mañana.

Pero no tenía ni un mes de vida este Gobierno y en una entrevista que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz concedió al diario El País (25 de enero de 2020) ya empezaba a recular y llegaba a realizar la siguiente afirmación: “Técnicamente no es derogable toda la reforma laboral, sería irresponsable”. Para ubicar la entrevista en el tiempo, esta se realizó antes de que estallase la pandemia y en un momento en el que el Gobierno debía de tomar decisiones de calado para que la sociedad percibiese que, por fin, había llegado un cambio radical en las políticas que surgian de este nuevo gobierno.

Con la perspectiva que da el tiempo que ha pasado es evidente que la entrevista de la ministra de Trabajo al diario El País tenía como finalidad el preparar el terreno para las renuncias que iba a hacer este Gobierno a lo largo de la legislatura.

Al poco tiempo llegó la pandemia y en todos ese camino lleno de complicaciones llegó el 20 de mayo de 2020 y como el Gobierno no tenía garantizados los votos suficientes en el Congreso de los diputados para la prórroga de uno de los Estados de alarma, los partidos del Gobierno (PSOE y UP) firmaron un acuerdo con EH Bildu en el que esta última formación se comprometía a apoyar la prórroga del estado de alarma y las tres fuerzas políticas se comprometían “a derogar de manera íntegra la Reforma Laboral del año 2012 impulsada por el Partido Popular”. Los términos utilizados no dejaban lugar a dudas, pero en cuanto se hizo público, Nadia Calviño, que más que vicepresidenta da la sensación que es la presidenta de facto, puso el grito en el cielo y el PSOE reculó sin ningún complejo. Ese es el valor que tiene la firma del PSOE en un acuerdo. En aquel momento Pablo Iglesias exigió que se cumpliera lo acordado, pero con el PSOE no va lo de Pacta Sunt Servanda (los acuerdos están para cumplirse) y al entonces líder de Podemos no le quedó más remedio que tragarse este sapo. Pero si esto fue grave, aún lo fue más que, ante ese acuerdo, los dos sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT) saltaran como un resorte, exigiendo que antes se consultara a los agentes sociales. Algo inaudito, porque la derogación era una reivindicación sindical, pero parece que están más preocupados en ser invitados a una reunión y poderse hacer una fotografía que en la derogación de la norma para mejorar las condiciones laborales de los que dicen representar.

A partir de entonces la mal llamada derogación de la Reforma Laboral, primero se aparcó, luego se produjo la batalla en el Gobierno por ver quién lideraba las negociaciones con los agentes sociales, dando otro espectáculo lamentable, hasta que se metieron en el laberinto de las negociaciones a tres bandas: ministerio de Trabajo, empresarios y sindicatos. Las negociaciones se fueron eternizando y la CEOE encantada de la vida porque el tiempo corría a su favor y se empezaba a vislumbras que el verdadero interés del Gobierno no era la derogación de la legislación laboral aprobada por el PP.

Una vez visto lo que ha sido aprobado en el Consejo de Ministros, la conclusión es bastante clara. En todo este proceso negociador el Gobierno en ningún momento ha tenido la intención de proceder a su derogación y para camuflar toda esta farsa, han puesto el foco en la importancia del acuerdo a tres bandas (Gobierno, patronal y sindicatos), a sabiendas que con esta metodología de negociación la CEOE tenía en su mano el derecho de veto, pues en cuanto se levantara de la mesa, la tan deseada fotografía saltaba por los aires. Por ello ha sido una negociación en la que la patronal ha controlado la situación sin mayor problema. Es decir, el Gobierno ha primado las formas y la parafernalia a resolver el fondo del asunto, renunciando a perder la iniciativa política que le han concedido los apoyos recibidos en el Parlamento.

En todo este proceso la ministra, su equipo y UP han ejercido de muletilla del PSOE, haciendo un papelón que vamos a ver como lo venden en estos meses. Su deseo de ser la ministra de la concertación social al precio que fuese tenía como objetivo mejorar su imagen para el nuevo proyecto político que empieza a liderar. Ha renunciado a exigir al PSOE cumplir el acuerdo de gobierno PSOE-UP, para ser portada de medios de comunicación junto a patronal y sindicatos.

Teniendo claro la cronología de los hechos, habría que entrar en la vertiente del juego político. En todo este interminable proceso negociador los grandes olvidados han sido todos los partidos que propiciaron la investidura de Pedro Sánchez. Es decir, El Gobierno ha decidido abstraerse del documento para gobernar que aprobaron PSOE y UP y, por supuesto, se han puesto de perfil para incumplir lo pactado con EH Bildu, por mucho que en ese momento saliese Pablo Iglesias, manifestando que los pactos, en referencia al firmado con EH Bildu, había que cumplirlos.

Esta forma de actuar por parte del PSOE no debería de pillar de sorpresa a nadie, pero el perfil bajo que está teniendo UP (sobre todo Podemos) y las declaraciones que está realizando la ministra de Trabajo son la prueba palpable que no eran casuales sus declaraciones de principio de legislatura y me atrevería a decir que cuando acordaron el documento conjunto ninguno de los dos partidos tenía una intención real de cumplir lo que estaban firmando .

Y en esta cuestión el proceso seguido ha sido una tomadura de pelo a los electores, a los partidos que en su día propiciaron la investidura de este Gobierno y a los representantes de la soberanía, porque se les ha hurtado la posibilidad de negociar y debatir en el Parlamento  los términos de esta ley.

Esta reforma laboral se ha cocinado a espaldas de la inmensa mayoría de la sociedad. No se ha discutido con los socios parlamentarios del gobierno y el contenido de las negociaciones se iban conociendo por lo que contaba la prensa, con el natural malestar de los diversos grupos políticos. Si hubiera habido un deseo de derogación de la reforma laboral del PP la participación de patronal y sindicatos hubiera sido innecesaria a todas luces, pues era volver a la casilla anterior y deshacer la lo que aprobó el PP. Pero los intereses de este Gobierno eran sustancialmente diferentes y han apostado por consolidar las políticas neoliberales del PP.

A lo largo de la este proceso negociador hemos tenido que escuchar diferentes manifestaciones que una vez visto el resultado de lo aprobado su finalidad se circunscribía en justificar y dar cobertura a la reforma que estaban preparando. Entre las cosas que se han vertido una muy recurrente ha sido que técnicamente no se podía derogar la totalidad de la reforma laboral del PP. Dar esta excusa en un país en el que se acostumbra a legislar a través de disposiciones transitorias, sobre todo en materia fiscal y tributaria, para hacer todo tipo de cambios, no deja de ser un tanto burda. Es imposible entender que no se hubiera podido derogar de un plumazo de la legislación laboral aprobada por el PP cuestiones como que la indemnización por despido se vuelva a elevar de 33 a 45 días por año, que deje de der causa para el despido objetivo la disminución de los ingresos (no de los beneficios) de la empresa  durante tres trimestres consecutivos y tampoco recupera la necesidad de obtener una autorización previa para realizar un ERE, lo que permite a las empresas hacer un ERE cuando y como quieran y la única salida que le queda al trabajador es ir a la justicia ordinaria para impugnarlo, en vez que la autoridad laboral vele por los derechos de la parte más desfavorecida en una relación laboral, el trabajador.

En todo este proceso negociador el papel de los sindicatos CCOO y UGT ha sido muy pobre, puesto que lo que tenían que haber exigido es la derogación de la normativa aprobada por el PP, pues con ellos no contaron para nada. Por el contrario, la patronal ha tenido un protagonismo muy relevante y, lo que es más preocupante, sigue haciendo un marcaje al Gobierno en este tema. Los representantes de la CEOE se están prodigando en entrevistas y comparecencias en los medios de comunicación para dejar bien claro que en el Congreso no se puede tocar ni una coma de lo acordado con ellos. Lo grave no es que desprecien la representación de la soberanía popular, lo peor es que desde el Gobierno, con su presidente a la cabeza y de la mano de la ministra de Trabajo, está haciendo seguidismo de la línea marcada por la CEOE.

Como he dicho con anterioridad, la patronal es quien tiene más clara su hoja de ruta. Han obtenido un excelente acuerdo y no van a permitir que sea modificado en el supuesto que el Real Decreto-ley aprobado por el Gobiernos se tramite mediante ley, lo que conllevaría un debate sobre la totalidad el texto. Quieren una convalidación de lo aprobado en Consejo de Ministros, mediante una única votación, que es lo que ya empiezan a manifestar los ministros que más peso politico tienen. Y ante esto el Gobierno asiente.

Sin necesidad de entrar en el fondo de la reforma laboral, observar que desde Ciudadanos se ofrezcan a apoyar al Gobierno en esta materia si sus socios rechazan este texto o que haya voces dentro del PP que se hayan levantado pidiendo no oponerse, es como para que la preocupación ronde en los partidos que hasta ahora están siendo imprescindibles para este Gobierno. Si no fuera porque Casado está en una competición con Abascal para ver quien es más de extrema derecha, no habría ninguna duda al respecto. El PP se abstendría y saldría adelante esta reforma laboral, porque es una muy buena legislación para la patronal española.

Lo aprobado por el Gobierno tiene unos perdedores: los trabajadores, y dos ganadores indiscutibles: Mariano Rajoy y Fátima Bañez, pues ven con satisfacción que su reforma laboral sale indemne en lo referente a los apartados más lesivos para los trabajadores. Y es necesario recordar que la segunda, que en la actualidad trabaja para la CEOE, gracias a los servicios que prestó a la patronal durante el tiempo que fue ministra de Trabajo, debe de estar que no cabe de gozo.


[1] Fragmento transcrito de la obra de Karl Marx “El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte”.

Reforma laboral: ¿derogación o maquillaje?

En octubre de 1981 se celebró un pleno en el Congreso de los diputados para aprobar la entrada de España en la OTAN. En aquel momento Felipe González tuvo una intervención en la que manifestó que «debemos responder a los planes del Gobierno diciendo que si entramos en la OTAN por mayoría simple del Parlamento saldremos de la OTAN por una decisión de mayoría simple del Parlamento”.

A partir de aquí la historia es de sobra conocida. Cuando el PSOE llegó al Gobierno ni hubo votación en el Congreso para salir por mayoría simple, ni se posicionó en contra de la OTAN en el referéndum que organizó en vísperas de finalizar su primera legislatura. En esa consulta Felipe González echó toda la carne en el asador para que saliera el sí y aquí paz y después gloria.

La realidad nos demostró que una vez que España entró en la OTAN esa decisión vino para quedarse. Han pasado casi cuarenta años desde que se aprobó la entrada y a día de hoy parece harto complicado que se produzca una salida de esta organización supranacional.

Todo lo que aconteció con todo lo relativo a la OTAN a principios de los ochenta me está recordando, salvando las distancias, el proceso abierto para la derogación de la reforma laboral. Un proceso que viene precedido por una posición nítida tanto en los programas electorales que los dos partidos que gobiernan (PSOE y UP), como en el documento que elaboraron para gobernar en coalición. Esa posición se resumía en la derogación de la reforma laboral de 2012 aprobada por el PP. Pero en la actualidad una vez más, no se sabe muy bien que es lo que está persiguiendo el Gobierno, ni los objetivos que se ha marcado. Esto que estamos viviendo, como lo que se vivió con el tema de la OTAN o en otros temas políticos, tienen un denominador común: todas esas decisiones que aprueban los gobiernos y que tienen como objetivo políticas en contra de las mayorías sociales una vez que han salido adelante vienen para quedarse, bien en su totalidad o en parte. Pero siempre sobrevive algo de lo que han aprobado. Esa es su victoria.

La ministra de Trabajo en la actualidad tiene abiertas unas conversaciones-negociaciones con los agentes sociales para no se sabe muy bien si derogar la reforma laboral que aprobó el PP en febrero de 2012, realizar una reforma de la reforma del PP, valga la redundancia, o ni una cosa ni la otra.

En los acuerdos de Gobierno que firmaron PSOE y UP en diciembre de 2019 se recogía una batería de medidas que se podían estructurar en dos grandes apartados formados, por una parte, por la derogación de la reforma laboral de febrero de 2012 y por otro, la elaboración de un nuevo Estatuto de los Trabajadores. Dentro del apartado referente a la derogación de la reforma laboral, a su vez, se podría hablar de dos subapartados. El primero sería la derogación de la reforma laboral en su conjunto y el segundo, la derogación “con carácter urgente” de algunas materias de esa reforma laboral hasta que se procediera a la derogación total de la reforma laboral. Alguna de esas materias de derogación urgente ya ha sido aprobada, como es el caso de “la posibilidad de despido por absentismo causado por bajas por enfermedad”.

Lo que no tiene ningún tipo de explicación racional es la inacción del Gobierno, a través de la ministra de Trabajo para derogar de forma urgente  cuestiones que se recogen en el pacto de Gobierno como “las limitaciones al ámbito temporal del convenio colectivo, haciéndolo llegar más allá de las previsiones contenidas en el mismo, tras la finalización de su vigencia y hasta la negociación de uno nuevo”, “la prioridad aplicativa de los convenios de empresa sobre los convenios sectoriales”, modificaciones como la del “art. 42.1 del Estatuto de los Trabajadores sobre contratación y subcontratación laboral a efectos de limitar la subcontratación a servicios especializados ajenos a la actividad principal de la empresa”, la limitación de “la capacidad de modificación unilateral de las condiciones del contrato por parte de la empresa” y la revisión del “mecanismo de inaplicación de los convenios colectivos, orientándolo a descuelgue salarial vinculado a causas económicas graves”.

Estas cuestiones que he relacionado vienen recogidas de forma expresa en el acuerdo firmado por los partidos que forman el Gobierno de coalición y en buena lógica debía de haberlas derogado de forma urgente, como así han hecho con “la posibilidad de despido por absentismo causado por bajas por enfermedad”.

En buena lógica, los esfuerzos del Gobierno se deberían de dirigir a la derogación de la reforma laboral por el mismo mecanismo que utilizó el gobierno del PP, decreto-Ley, sin tener que entrar a negociar con los agentes sociales. No es que sea malo negociar con ellos, para escuchar sus puntos de vista, pero hay que señalar dos cuestiones que muchas veces se omiten con facilidad.

La primera es para resaltar que esta forma de proceder es perniciosa para una de las partes, en este caso los trabajadores. Cuando el PP aprobó la reforma laboral no abrió ningún tipo de negociación con los representantes de los trabajadores y ahora para derogarla el Ministerio de Trabajo ha abierto un proceso negociador que no se sabe muy bien en qué va a acabar. No se está siguiendo ni el mismo criterio ni lo que en un primer momento acordaron los integrantes del Gobierno de coalición: la derogación de la reforma laboral de 2012.

La segunda cuestión se asienta en tener claro donde reside la soberanía popular y de donde emanan los poderes, para a partir de ese punto tener claro el proceso que se debe seguir para hacer un cambio legislativo de esta naturaleza. Si la soberanía reside en el pueblo, éste elige a los órganos legislativos (Congreso y Senado), y si los elegidos han sido bajo un programa electoral, todo lo que sea salirse de ese cauce no deja de ser una adulteración del mandato popular. Hay una diferencia grandísima entre escuchar a los agentes sociales y sentarse con ellos para acordar un texto legislativo para luego presentarlo en las Cortes. Con esta forma de actuar, se les ha dado capacidad legislativa a unos señores que sin necesidad de presentarse a unas elecciones van a poder participar en la elaboración de la legislación laboral. De ahí que un proceso interminable de reuniones con patronal y sindicatos a lo único que lleva es a que los primeros estén tensando las negociaciones para dilatarlas en el tiempo y que no se cambie nada de la legislación vigente y en el supuesto que se cambie que sea lo menos posible.

A la patronal la reforma laboral de Mariano Rajoy le pareció fantástica, porque el PP no deja de ser el partido que defiende los intereses de las élites y los empresarios de este país, y no deja pasar la oportunidad de legislar en favor de los colectivos a los que representa. Sutil diferencia con la izquierda cuando gobierna, que suele ser incapaz de llevar al BOE las propuestas de su programa electoral.

Por todo ello, lo razonable en estos momentos sería su derogación mediante otro decreto-ley para volver a la situación previa. Cualquier otro camino es alejarse del documento que los partidos que forman el Gobierno suscribieron para presentarse a la investidura y lo único que consigue es generar muchas dudas a los partidos que facilitaron tanto la moción de censura como la investidura del Gobierno actual.

Tampoco es comprensible que todos los temas que iban a derogar “con carácter urgente” no se hayan realizado a día de hoy en su totalidad. Un decreto-ley de esa naturaleza no requiere más que de voluntad política, pues técnicamente no tiene gran complejidad.

Si pasamos a leer la prensa de estos días es significativo que utilizan frases como “la reforma laboral de Díaz” o “la reforma laboral del Ministerio de Trabajo”, etc…  No es casualidad que usen estos términos, pues de las informaciones existentes lo que lleva a pensar es que el Gobierno no está planteando una derogación de la reforma laboral que aprobó el PP, sino de una reforma de la reforma, es decir, ¿lo podríamos llamar la contrarreforma? El chiste fácil que a uno le viene a la mente es que esperemos que no sea como la Contrarreforma de la Iglesia en tiempos de Lutero.

Esta forma de proceder únicamente beneficia a la patronal, representada en la negociación por la CEOE y CEPYME. Su estrategia es clara, pero sencilla al mismo tiempo. Pasa por dilatar estas negociaciones con el objetivo de arañar todo lo posible y que se apruebe lo más tarde posible y esperar a que en las próximas elecciones acceda al Gobierno otros partidos más cercanos a sus intereses, sin olvidar que los empresarios juegan con la carta del Caballo de Troya que tienen dentro del Gobierno, la ministra Calviño. No van a encontrar mejor aliado que ella y con la remodelación del Gobierno ha obtenido más poder aún si cabe.

A la opinión pública nos pueden contar lo que sea pero al final la realidad suele ser tozuda y lo que nos estamos encontrando es que cada miércoles el BOE no publica ningún decreto-ley que recoja lo que acordaron los partidos que forman parte de este Gobierno y todo lo que no se publica en el BOE no deja de ser política virtual.