Desertores de los pueblos oprimidos

(Colaboración realizada por Alex Larragoiti Gonzalez de Mendibil)[1]

“El internacionalismo eficaz no deserta de las patrias, sino que las transforma en órganos de una nueva humanidad “

 (Alfonso Daniel Rodríguez Castelao)

Acontecimientos terribles como el reciente terremoto, activan también mecanismos de solidaridad internacional que muchas veces y afortunadamente emanan directamente de la propia sociedad civil. El tejido asociativo que hace posibles respuestas ante este tipo de acontecimientos es una clara muestra de la riqueza de la sociedad vasca.

Pero en circunstancias como esta, la prioridad de la ayuda pasa a ser en sí misma un todo absoluto e inmatizable. Plantear cualquier crítica al formato de la misma pasa a ser incluso temerario.

Una y otra vez vemos que las miserias se ceban principalmente en aquellos más necesitados, en las clases populares y empobrecidas de la sociedad; en los parias de la tierra de cada estado opresor. La desigualdad y los modelos de explotación capitalista neocolonial de estados como el turco o el sirio aparecen más desnudos que nunca ante quienes quieran verlo.

Pero circunstancias como estas hacen también que los mecanismos de dominación, perpetuación de la desigualdad y manipulación masiva comiencen también a trabajar a toda máquina para garantizar la propia supervivencia y razón de ser de estos Estados. Y es en este punto donde me pregunto dónde debe situarse un internacionalista consciente de su pertenencia a un pueblo como el nuestro.

Los tiempos han cambiado mucho y esta no es la sociedad en la que crecimos en los 90. Años en los que la desintegración de la Unión Soviética puso en un primer plano, no ya a las 15 repúblicas, sino a un crisol de nacionalidades que hasta entonces permanecían diluidas en los corsés estatales e incluso imperiales. Cárceles de pueblos como la del nacionalismo ruso readaptado este a cada circunstancia política, pero también asimilador, clasista y racista. Chechenos, inghuses, cherqueses, kumiks, tártaros…. Decenas de naciones y sus culturas y lenguas nos mostraban a nosotros, otra nación minorizada más, que nuestra lucha por la pervivencia como Pueblo no era sino otra más en un mundo que va mucho más allá de lo que nuestra visión del mundo capitalista y euro atlantista nos permite ver.

Fueron años en los que se abrieron puertas a la emancipación de muchos pueblos y en los que, dando otra vuelta de tuerca, tratamos de comprender también las identidades múltiples de Oriente Medio (interesantísima la obra de igual nombre, de Bernard Lewis), acercándonos a ese otro crisol de culturas, creencias y sentimientos de pertenencia diversos que coexisten en esas tierras ancestrales. Aprendimos que las identidades múltiples enriquecen y se construyen a pesar de los esfuerzos asimiladores de los estados post y neocoloniales. Comprendimos que allí coexisten lenguas y culturas altaicas, semíticas o indoeuropeas; que la civilización islámica es muy compleja más allá del chiismo o sunismo; que existen otras identidades religiosas minoritarias como los alevís, alauís, los yezidies, los caldeos, los siriacos…, que también hay ateos, que las formas estatales actuales no son sino retazos postcoloniales y que allí sobreviven y luchan de forma ejemplar pueblos; y que entre ellos resplandece especialmente la mayor nación sin estado del mundo: Kurdistán.

La ética internacionalista y el convencimiento de que la solidaridad es la ternura de los pueblos y, nos llevan a indignarnos, cuando constatamos cómo se abandona a otros pueblos. Especialmente de aquel pueblo que se sigue sacrificando en la lucha contra la barbarie y por un mundo justo para todas y todos.

Nos indigna por ejemplo que en EITB se ignore algo tan básico como que el terremoto haya sucedido también en Kurdistán, no sólo en Siria y Turquía como tratan de hacer ver. Prefiero no pensar que ello responda a algún cálculo malicioso, pues ¿qué se podría pensar de un medio de comunicación público de un pueblo minorizado como el nuestro, que consciente y calculadamente ignore hasta la existencia de un pueblo hermano?; hermano en tanto que también es un pueblo en lucha por su pervivencia. Que dicha línea editorial la marquen profesionales del periodismo que obviamente deberían conocer no solo la complejidad de la zona y la existencia, además de la lucha del pueblo kurdo en respuesta al genocidio que sufre, me lleva a sospechar que esa actitud solamente se pueda explicar por ignorancia o aún peor, por atender intereses espurios. 

Debiera dar qué pensar que como sociedad solidaria y ejemplar que pretendemos ser, asumamos de forma acrítica o directamente ignorante un modelo irresponsable de humanitarismo acrítico. También da mucho que pensar que incluso desde una web de una determinada ONG vasca que ahora trata de ayudar en Siria, se llame a la población vasca a colaborar también ignorando a los kurdos y contribuyendo así a ese otro seísmo genocida turco o sirio. No deja de sorprender que incluso se llegue a colaborar activamente con colectivos que no solo ignoran la propia pluralidad socio política de la zona apelando a un sentido del “pueblo árabe” que niega el derecho a existir a los kurdos y otras minorías, sino que son incluso agentes activos en la ocupación del territorio kurdo, amén de colaboradores con el Estado turco y en gran medida también con promotores de valores islamo-fascistas. Todo esto es perfectamente comprobable en las memorias de actividad publicadas a poco que uno se interese por los detalles.

Como recordara Rodríguez Castelao apelando a una acepción del término “internacionalismo” que entiendo que nada tiene que ver con el humanitarismo asimilador y colaborador con los sátrapas de hoy, la solidaridad no se construye desertando de patrias propias, y menos aún de patrias ajenas que necesitan la solidaridad de Pueblos hermanos.

Sirvan estas líneas para tratar de levantar la voz y reivindicar ahora más que nunca al pueblo kurdo y su lucha por una sociedad justa, integradora, feminista y hermana de otros pueblos; lucha enemiga del racismo y clasismo imperantes.

Como dijo Castelao, el internacionalismo transforma las patrias en órganos de una nueva humanidad, y quizá los kurdos sean su mejor representante en nuestros días.

Ayuda de emergencia por el terremoto en Kurdistán Norte y Rojava:

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[1] Alex Larragoiti Gonzalez de Mendibil, autor del artículo: Diplomado en ciencias empresariales y especialista en cooperación y desarrollo internacional (UPV). Compañero de una mujer que, para mí, es un ejemplo a seguir día a día. Aita de Aratz e Izaro. Llevo más de veinte años desarrollando mi carrera profesional en una cooperativa del ámbito industrial, pero mi pasión es otra: la política internacional y los pueblos sin estado.

He viajado todo lo que he podido a aquellos lugares que fueron conformando mi propia personalidad política. He tenido la suerte de conocer Guatemala, Chiapas, Cuba, Turquía, Kurdistán (en el Kurdistán iraní, Iraquí y turco) y en cada uno de esos lugares traté de reconocer sus complejidades y diversidad. Pero sobre todo tuve la gran suerte de tener la amistad de grandes personas y aprender de ellos.

Juan Sorín me abrió las puertas del mundo de par en par, me diplomó en la ternura de los pueblos y me contagió su admiración al pueblo kurdo. Bittor Kapanaga me enseñó a aprender de nuestros mayores, la importancia de conocer la cultura propia y que la diversidad es un tesoro. Con Iñaki Aldekoa aprendí cómo funcionan los entresijos de la política y traté de aprender de su gran sabiduría. En Igor López de Munain vi qué es la dignidad en la vida y cómo aprender puede ser en sí una razón de nuestra existencia. Son muchos los amigos de los que trato de aprender humildemente y me hacen tomar conciencia de mis propias limitaciones, en la seguridad de que nunca es suficiente lo que sabes y que para tratar de acercarte a comprender realidades complejas, hay que escuchar mucho.

La insumisión al servicio militar despertó en mí el pacifismo como un eje vertebrador de mi ideología; y la militancia política en Euskal Herria me dotó de unos principios éticos que creo que vertebran la izquierda soberanista; y con el tiempo he aprendido que el futuro será socialista, libertario y feminista, o no será. En la política aprendí que el sacrificio merece la pena, que se aprende equivocándose pero que los principios son irrenunciables. También a tener conciencia de las limitaciones de uno mismo y a poner en valor la entrega de tantos y tantos compañeros y compañeras que lo han dado todo por un mundo mejor.

Muy agradecido a mi amigo Mikel por su ejemplo de tenacidad y esfuerzo infatigable por el aprendizaje. Su amistad es un privilegio.

El conflicto de Chechenia

Uno de los efectos que se produce cuando estalla una guerra es que sirve para que el grueso de la población olvide la anterior, lo que conlleva que si uno echa la vista atrás y observa los últimos veinte años, se encuentra un panorama aterrador. La lista de conflictos armados que se han dado en el planeta y que se han ido quedando enquistados en el camino puede ser interminable.

Entre todos los conflictos que han estallado en las últimas décadas hubo uno que en su momento, por diversos motivos, lo seguí con cierto interés, y que a día de hoy sigue sin resolverse, porque la forma en la que se zanjó fue manu militari y todo lo que finaliza de ese modo, continua y, con el tiempo, acaba resurgiendo. Me estoy refiriendo al proceso que se vivió en Chechenia desde la caída de la Unión Soviética, con su declaración de independencia en 1991 y las dos guerras que se dieron en un periodo de diez años.

Chechenia pasó de ser portada en los medios de comunicación internacionales, entre los años 1994-2004, a caer en el mayor de los olvidos, sencillamente, dejó de ser noticia, y cuando abría informativos, el foco de la noticia era algún atentado terrorista en Rusia de alguna de las guerrillas chechenas, obviando las causas del conflicto.

Después de casi veinte años, y no por casualidad, cuando el año pasado estalló la guerra en Ucrania, volvió a hablarse de Chechenia en los medios de comunicación, en esta ocasión para informar que fuerzas de élite del ejército checheno iban a reforzar las filas del ejército ruso y, por otra parte, y con menor ruido mediático, también conocimos, a través de algunos medios de comunicación, la existencia de voluntarios chechenos luchando dentro del ejército ucraniano. Es como si dieciocho años después, el conflicto checheno se estuviese dirimiendo en Ucrania.

Todas estas circunstancias me han parecido lo suficientemente sugerentes para desempolvar el conflicto checheno, y para ello he rescatado un trabajo que con el título “El conflicto de Chechenia” (Editorial Catarata), el politólogo Carlos Taibo publicó en 2004, justo al final de la segunda guerra ruso-chechena de la era postsoviética. En mi caso he utilizado la tercera edición que vio la luz en 2005.

Antes de entrar a comentar el libro, quisiera decir que si hay alguien que es conocedor de todo lo que tenga que ver con la historia de los dos últimos dos siglos de Rusia, la URSS y la posterior etapa postsoviética ese, sin duda alguna, es Carlos Taibo.

A la hora de definir este libro tendría que decir que es algo más que un ensayo. A lo largo de ocho capítulos, encontraremos un trabajo pormenorizado de todos los acontecimientos que se dieron desde el fallido golpe de Estado de agosto de 1991, que desembocó en la desintegración de la Unión Soviética, hasta la finalización de la segunda guerra ruso-chechena en 2004, y todo ello acompañado con una serie de apéndices y bibliografía que son de gran ayuda a la hora de profundizar en el conflicto de Chechenia.

A lo expuesto anteriormente habría que añadir que este libro ayuda a comprender la evolución de Rusia y en qué parámetros se mueve la política del Kremlin desde la desaparición de la URSS, un régimen que, primero con Boris Yeltsin y posteriormente con Vladimir Putin, es muy diferente de lo que estamos acostumbrados a ver en Europa occidental y todo ello con la dificultad que conlleva realizar un estudio sobre un conflicto en el marco del Estado más grande del planeta y en el que la información en muchos casos hay que ponerla en cuarentena por el oscurantismo y la censura que existente desde hace décadas, y por supuesto, teniendo presente que hablar de Rusia, es hablar de corrupción a gran escala, puesto que está enquistada en todas sus estructuras, incluido el ejército.

El autor en 2005, al inicio de su libro, señalaba algunas cuestiones que leídas en estos días, en los que estamos viviendo el conflicto de Ucrania, tienen cierta relevancia porque es algo recurrente observar que la hipocresía de Occidente no tiene límites. Una de ellas es el doble rasero de los países occidentales en lo concerniente a la intervención rusa en Chechenia. El hecho que Rusia fuese “el aliado fiel” de Occidente en aquellos años sirvió para que miraran para otro lado ante todas las vulneraciones de derechos humanos llevadas a cabo por el Kremlin. La otra cuestión no es otra que una actitud muy laxa por parte de Occidente ante el grado de destrucción que se vivió en las dos guerras que hubo entre Rusia y Chechenia entre 1994 y 2004 que sería equiparable a la destrucción sufrida en algunas de la batallas de la II Guerra Mundial (Stalingrado, Dresde), y como botón de muestra encontramos la imagen de Grozni, capital de la república, que quedó reducida a cenizas.

El entorno

Antes de entrar de lleno en los avatares del conflicto checheno, el autor realiza una pequeña introducción para que el lector tenga una visión panorámica de la región del Cáucaso, donde se encuentra la república de Chechenia/Ichkeria[1]. Hay diferentes factores que hacen que la región tenga una relevancia geoestratégica: su situación entre los mares Negro y Caspio, su cercanía al Golfo Pérsico y su riqueza petrolera y gasística. Todo ello conlleva que las potencias de la zona, Turquía e Irán, tengan políticas muy activas en la región, así como EEUU, China y la UE miren a esa zona con gran interés, pero sobre todo, lo que destaca es la “injerencia de Moscú en los asuntos internos de Estados que sólo formalmente se antojan soberanos”.

Al centrarse el ensayo en lo que denomina “el escenario checheno”, el autor, una vez de situarnos Chechenia en la zona septentrional de la cordillera caucásica,  nos da una serie de datos de interés que nos ayudarán a conocer al pueblo checheno. Desde su forma de organización social, la religión que en su mayor parte profesan: “son musulmanes suníes, sobre la base de un substrato sufí”, teniendo en cuenta que “hasta hace poco los signos externos de identidad religiosa eran débiles”. Sostiene que “el peso del islam en modo alguno es despreciable, configurando un significado de identificación cultural”, pero teniendo siempre presente que el conflicto checheno es muy complejo como para invocar como factor principal “el auge del islamismo radicalizado”.

En un viaje a través del tiempo, nos da a conocer una serie de pinceladas históricas que nos ayudarán a conocer al pueblo checheno, destacando los hitos más significativos de su historia, hasta la caída de la Unión Soviética.

Siguiendo una estructura similar, Carlos Taibo realiza un repaso de la economía chechena a lo largo de los últimos siglos, lo que supuso la aplicación de las políticas estalinistas, teniendo en cuenta todo lo relativo a las reservas de combustibles, la industria de refinado y los oleoductos que atraviesan este territorio, para concluir que las políticas soviéticas tuvieron como consecuencia que “el beneficio procedente del petróleo no revertía en la esta república”.

Chechenia/Ischkeria de Dudáyev

Una vez de haber puesto unas bases para que el lector tenga unos conocimientos del Cáucaso septentrional y de Chechenia en particular, el ensayo nos introducirá en esa etapa vertiginosa que se inició con el golpe de Estado fallido de agosto de 1991, que abrió paso al proceso que llevó a Chechenia a proclamar su independencia, erigiéndose Dudáyev en líder de la república, hasta el inicio de la primera guerra en 1994.

Carlos Taibo se adentra a dar una serie de motivos por los que se dio en Chechenia y no en otros lugares de la Federación Rusa una apuesta por la independencia. Desde la singularidad de su organización social, pasando por “el fracaso de la rusificación y la posterior sovietización”, sin olvidar la influencia ejercida por la riqueza de esta república en petróleo, pero entiende que “mucho mayor relieve había tenido la noción de sufrimiento colectivo” reflejado en la conquista militar rusa en los siglos XVIII y XIX y la deportación a Asia Central en 1944, siendo de menor influencia el factor religioso.

La relación entre la Federación Rusa y Chechenia es analizada en este trabajo, donde encontraremos algunos hechos relevantes que, sin lugar a dudas, nos pueden chocar por la forma de actuar de las partes en conflicto, teniendo presente el enquistamiento de la corrupción y las redes mafiosas.

En una región como el Cáucaso que destaca por la diversidad étnica, esta se refleja en las diferentes disputas territoriales y políticas y en las alianzas que se dan, sobre todo por parte de Chechenia para contrarrestar la presión rusa, y para ello el autor hace un repaso a esta cuestión señalando, entre otras cuestiones, los esfuerzos que realizó Dudáyev “encaminados a crear estructuras comunes al conjunto del Cáucaso septentrional”, entre las que destacó la Conferencia de Pueblos Montañeses del Cáucaso.

En todo este proceso de desintegración de la URSS, con la declaración de independencia de las antiguas repúblicas que formaban parte de ella y las demandas independentistas de las repúblicas autónomas que constituían la Federación Rusa en la era soviética, Carlos Taibo no deja pasar por alto la importancia que tuvo la estrategia seguida por Moscú, a la hora de enfocar el problema territorial existente y los diferentes vaivenes que se dieron.

La primera guerra ruso-chechena postsoviética (1994-1996)

Al adentrarse en lo que fue la acción militar de Rusia en Chechenia, Carlos Taibo realiza un análisis pormenorizado de los factores que llevaron a la Federación Rusa a iniciar la invasión de Chechenia. Son varios los argumentos que maneja, si bien todos giran alrededor de “la vida política propia, y los intereses generales de la Federación Rusa”. Desde la instauración de “un discurso imperial”, hasta la necesidad de poner el foco en la “búsqueda de enemigos externos” para desviar la atención de los graves problemas internos, sin olvidar la situación socio-económica que se vivía en Rusia y la importancia de la ubicación geoestratégica que suponía para Rusia el Cáucaso septentrional. Moscú tenía que evitar que otros pueblos del Cáucaso se mirasen en el espejo checheno.

Las relaciones entre las mafias rusas, en concreto, las relacionadas con los militares rusos, y los dirigentes chechenos no pasan desapercibidas para el autor, para lo cual recoge algunas teorías y evidencias al respecto.

En lo concerniente a la guerra, Carlos Taibo expone el auténtico fracaso que supuso desde el punto de vista militar, “una decisión adoptada por el poder civil de Moscú”, y que “provocaron una violencia ciega e ineficaz a menudo aplicada sobre la población civil”. El ensayo aporta datos de observadores internacionales sobre el grado de destrucción que se dio, muy superior a que se dio en Bosnia o actualmente en Ucrania.

El conflicto de Chechenia
Un hombre ondea una bandera independentista-en Grozny Chechenia

En el ensayo se destaca que desde el comienzo de la guerra se vivió una crisis política profunda en Rusia,que se extendió a las fuerzas armadas, con los partidos de la oposición  y una opinión pública en contra de la guerra. Si a esto se suma la inminencia de unas elecciones presidenciales, Moscú tenía motivos más que suficientes para llegar a un acuerdo con los lideres chechenos.

El acuerdo de Jasaviurt y el interregno de paz y caos (1996-1999)

En el ensayo encontramos los acuerdos que firmaron ambas partes en la localidad daguestaní de Jasaviurt que da nombre al tratado y a qué compromisos llegaron, que se pueden resumir en: un alto el fuego duradero, la retirada del ejército ruso y el desarme progresivo de la guerrilla, inicio de un periodo de cinco años para lograr la normalización del país y el inicio de un proceso de autodeterminación

Al analizar esta etapa, Carlos Taibo nos da algunas claves que nos sirven para poder entender las tensiones que se vivieron y en lo que derivó, pero sobre todo, tiene una especial importancia las luchas internas entre los diferentes líderes chechenos, a lo que se le sumaba que era un entorno donde las mafias se movían a sus anchas en todo tipo de negocios turbios, y la imagen de los guerrilleros, que en muchos casos, pasaron a parecer delincuentes por la violencia que ejercían. El autor, en este trabajo, sostiene algunas teorías interesantes para explicar las situaciones de tensión que se daban en la zona y los oscuros intereses que existían para boicotear la normalización de la república caucásica.

Carlos Taibo es muy elocuente a la hora de analizar cómo se llegó a la segunda guerra, al exponer los diferentes acontecimientos que se produjeron a partir del verano de 1999 y que desembocaron en una nueva intervención rusa. Uno de los detonantes, pero no el único ,fue el despliegue, en agosto de ese año, en la vecina Daguestán de una guerrilla wahabí, cuyo líder era Basáyev, “sin mayor respaldo entre la población local con el enunciado propósito de acelerar la configuración de una república islámica en el Cáucaso”, los atentados de dudosa autoría que se produjeron en Moscú y otros lugares de Rusia, fueron la antesala del inicio de la segunda guerra ruso-chechena. Lo que sí que es un dato constatable, que se recoge en el libro de Taibo, es que el efecto principal de los atentados de septiembre de 1999 no fue otro que el cambio de opinión que se registró en la población rusa y en los principales partidos de la oposición en Rusia sobre la forma de resolver el conflicto checheno.

La segunda guerra ruso-chechena postsoviética (1999-2004)

Carlos Taibo se adentra a analizar el cambio de rumbo que tomó el conflicto checheno con la llegada del nuevo primer ministro ruso, Vladimir Putin, con el inicio de la invasión de la república chechena el 1 de octubre de 1999, para dar por finalizado todo el proceso secesionista iniciado en 1991.

Si en algo pone el foco este ensayo es en dos cuestiones de gran calado. La primera es relativa a la gestión del Kremlin de los medios de comunicación. Esta fue expeditiva con la clausura y el control de los medios que habían sido más críticos. Todo ello llevó a un cercenamiento de la libertad de prensa en todo lo relativo a la información de la guerra o “hechos de terror”. La segunda, es que sirvió para “catapultar a Putin”, supo utilizar el conflicto checheno para fortalecer su carrera política, y combinar los conceptos de imperio ruso y negocio. Y a partir de aquí, iniciar una “apuesta centralista” con un “fortalecimiento impregnado de ribetes autoritarios y recentralizadores”.

Por lo que se refiere a la parte chechena, Carlos Taibo realiza un pormenorizado análisis de las disputas internas entre los líderes chechenos, la irrupción del islamismo, lo que esto supuso, y la influencia en el devenir de los acontecimientos. Al analizar la etapa de Masjádov, sustituto de Dudáyev (primer presidente checheno), expone los virajes que dio en su mandato ante la cuestión religiosa, en un ejercicio de equilibrio ante la presión de Basáyev. Para finalizar, cuestiona el grado de colaboración entre la guerrilla chechena, Arabia Saudí y los talibanes afganos aportando algunos datos de interés, por mucha propaganda de Moscú en esa dirección.

Un conflicto enquistado

El ensayo, al entrar a analizar la fase posterior a la segunda guerra en Chechenia/Ichkeria, relata cómo se instaló el terror ruso ejercido por el ejército, el Ministerio del Interior y la aparición de un terrorismo de Estado que “rivalizaba en crueldad con el no estatal”. Facilita datos espeluznantes de lo que supuso la actuación rusa y todo ello con la “más franca impunidad, sin observadores internacionales, sin periodistas y sin que los propios jueces y fiscales rusos hayan podido trabajar sobre el terreno”.

También hay un apartado para tratar el terror que sembró algunos grupos significados de la resistencia chechena, actos de terrorismo en diversos lugares de Rusia, pero, como en otros pasajes del libro, vuelve a poner el acento en las diversas interpretaciones que se han dado sobre esos hechos. Desde la duda que algunas acciones fuesen ejecutadas por guerrilleros chechenos, como el grado de colaboración que recibían por parte de determinados funcionarios rusos que los “manipulaban a su antojo” para el logro de fines un tanto oscuros.

Carlos Taibo esboza lo que denomina “la normalización putiniana”, que no fue otra cosa que instaurar un gobierno títere en Chechenia, mediante elecciones de dudosa limpieza en la que estaban proscritas las organizaciones secesionistas chechenas y la aprobación de una constitución “draconiana y represiva” que tenía muchas menos competencias que otras repúblicas rusas y con una economía que no levantaba cabeza y en la que seguía habiendo prácticas mafiosas por ambos bandos, con el negocio de la droga por medio que servía para mantener a la guerrilla y seguir comprando armas al ejército ruso. No cabe duda que era una normalidad bastante surrealista.

La trama internacional

En este ensayo hay un hueco nada desdeñable para todo lo relativo a las relaciones internacionales en las que Rusia ha tenido un protagonismo importante en la década de  1990 y principio de 2000. Relaciones internacionales con otras potencias y con organismos internacionales, que en muchos casos estaban influenciadas por las relaciones comerciales y la situación económica rusa del momento. Pero en lo concerniente al problema checheno, Carlos Taibo analiza los movimientos de Rusia tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, su relación con EEUU, pues no hay que olvidar que la propaganda rusa se encargaba de vender la imagen que la guerrilla chechena formaba parte del terrorismo islamista, cosa que nunca pudo probar con datos, pero que en Occidente, a partir de los atentados en EEUU empezaron a dar cierto pábulo.

Uno de los más apartados más interesantes que tiene el trabajo de Taibo, es sin duda alguna, las páginas que dedica a los movimientos geoestratégicos de EEUU en la zona del Cáucaso, entre otros motivos, para tener acceso a los recursos de la zona y de Asia, entre ellos todo lo concerniente al petróleo y gas natural. Leído casi dos décadas después, y viendo los acontecimientos actuales en Europa Central y, particularmente, en Ucrania, no cabe duda que sirve para poder entender muchas de las cosas que estamos viviendo en la actualidad. Y centrándose en la política estadounidense en el conflicto checheno, destaca “el doble juego” que realizó EEUU, por un lado, el evitar todo tipo de crítica a Rusia por sus desmanes en Chechenia, y por otro, el “procurar alejar a Rusia-y privarla de negocios-del Caspio y del Pérsico”.

Al tratar la posición de los países que forman la Unión Europea y sus organizaciones supranacionales, este ensayo le asigna un papel que, siendo suaves, se podría calificar de lamentable. El autor lo define como “la miseria de siempre”. Europa, dando una de cal y otra de arena, le exigían a Rusia el respeto a los derechos humanos y una resolución del conflicto mediante el diálogo político, pero se acababa imponiendo la Realpolitik con Rusia, que en aquellas fechas proporcionaba un 16 por ciento del petróleo y un 40 por ciento del gas que consumía la UE. Otro tanto se podría decir del FMI que estaba dispuesto a dar más créditos a Rusia, obviando sus modos de actuar en Chechenia/Ichkeria.

Conclusiones

Carlos Taibo, al acometer las conclusiones a su ensayo, se ciñe a cuatro grandes cuestiones para que el lector termine de formarse una idea completa de la situación de Chechenia/Ichkeria en el momento de la publicación de su libro.

Realiza un análisis, no sin dosis de cierta especulación,  del sentir de la sociedad chechena, en la que destaca, sin duda alguna, el hartazgo con todos y con todo lo acontecido. Es de la opinión que la mayor parte de los chechenos étnicos se pronunciaría en favor de la secesión de Rusia y respecto al crecimiento del islamismo aporta algunos datos de interés que hacen suponer que ha habido una resistencia hacia el islamismo wahabí que no ha conseguido implantarse entre la población.

El debate sobre la autodeterminación se asienta sobre la discusión de si Chechenia/Ichkeria podía ejercerlo al ser una entidad de rango inferior a las repúblicas federadas soviéticas y, por tanto, no ajustada a derecho su declaración de independencia de 1991, cosa que el autor echa por tierra, por lo artificial de la articulación de todo lo que fue la Unión Soviética y sostiene que “la asunción de que Chechenia/Ichkeria es ontológicamente Rusia acarrea una dramática , y fácilmente perceptible, distorsión de la historia”. Incide en la recuperación de un discurso imperial por parte de la Federación Rusa, con tintes militaristas y autoritarios que lo están comprobando en “la periferia de la antigua Unión Soviética”. Y en este apartado es muy crítico con Occidente por haber “dado alas a una serie de operaciones” en las que Rusia ha empleado una “violencia indiscriminada que ha ocasionado numerosísimas víctimas civiles”. Para finalizar, el autor deja una duda en el aíre que no había despejado en el momento de publicar este ensayo: “No estaba claro si los intereses occidentales pasaban por una Rusia débil o, por el contrario, reclamaban una Rusia que ejerciera un ferrero control sobre su patio trasero”[2]. No cabe duda que sería interesante volvérsela a formular en la actualidad.

En su tercera conclusión trata el enfoque que se ha dado al tema islamista y el discurso que se ha instalado de ver islamistas por todos lados formando parte de “oscuras tramas internacionales” y las consecuencias que ha supuesto este tipo de análisis “entre la mayoría de los expertos en seguridad” que, entre otras cosas, son remisos a buscar las causas del origen el terror islámico.

Para finalizar, su última conclusión está dedica a Putin, que bajo el título  ¿el Zar listo? partiendo de la base que ha sido escrito hace casi dos décadas, no cabe duda que no debería diferir mucho si hubiera sido escrito a día de hoy. Se podría definir  como una “persona que carece de principios […] y con el objetivo de afianzar inmoderadamente el poder propio”. Me ha llamado poderosamente la atención cuando Carlos Taibo afirma que “Putin no es en modo alguno ese dirigente que siempre se sale con la suya” o cuando dice “de entre los que rodean a Putin, no hay mayor mito que aquel que sugiere que ha puesto firme a los magnates”, cuestiones que las argumenta en su última conclusión.

Para finalizar, este libro de Carlos Taibo nos sirve para rescatar un conflicto olvidado, como es el checheno, que sigue sin resolverse, pero también para poder entender los movimientos geopolíticos en la región de Cáucaso, que la ciudadanía de Europa Occidental quizá los ve con cierta lejanía, pero que no es tal, cuando podemos constatar la influencia que está teniendo en las relaciones de Rusia con EEUU y la UE en particular. Una región ubicada entre los mares Negro y Caspio y limítrofe con Oriente Medio y Asia Central.


[1] Chechenia/Ichkeria es el nombre dado a la república en 1994 por su entonces presidente, Yoyar Dudáyev.

[2] La cita extraída del libro de Carlos Taibo está redactada en presente. Me he tomado la licencia de transcribirla en pasado, puesto que es una reflexión que hizo cuando escribió el libro “El conflicto de Chechenia” en 2004.

El conflicto de Chechenia
El conflicto de Chechenia. Editorial Los libros de la Catarata

Los silenciados. El pecado de pensar diferente

La oscuridad de una noche que parece que no tiene fin, en la que la penumbra y el silencio se adueña de todo, donde las sombras se mueven con la impunidad que le confiere ese ambiente de tinieblas para que el terror campe a sus anchas. Así se podría definir lo que viene a ser una dictadura militar en la que la represión y el terror es el arma que utiliza para que el miedo se apodere de la población.

Una de las dictaduras más sangrientas de los últimos cincuenta años fue la que protagonizaron los militares argentinos entre los años 1976-1983. En esos siete años de dictadura más de 30.000 argentinos fueron detenidos, torturados y asesinados. Como posteriormente se ha sabido los asesinatos podían ser de diferentes formas: torturados hasta la muerte, fusilados después de haber sufrido torturas o lanzados vivos al mar desde aviones. En toda esta orgía represiva no faltó por parte de los golpistas el robo de bebés de los detenidos y posteriormente asesinados. Y todo esto con la permisividad del Comunidad Internacional y la Conferencia Episcopal argentina que para eso el nuncio apostólico Pío Laghi jugaba al tenis con el almirante Emiliano Eduardo Massera, miembro de la Junta Militar.

El periodista Giovanni Claudio Fava en su novela “Los silenciados” (Editorial Txalaparta), publicada en septiembre de 2022, nos traslada a los primeros años de la dictadura militar argentina para rescatar unos hechos que sucedieron en el equipo de rugby de La Plata, del que mataron a diecisiete jugadores en cuatro años. Para construir este relato ha sido fundamental el testimonio del único integrante del equipo de rugby que sobrevivió al terrorismo de Estado promovido por la dictadura de los militares argentinos, Raúl Barandiarán, de origen vasco, pues su abuelo era de una localidad de Gipuzkoa.

Claudio Fava, natural de la Catania (Italia) conoce bien este tipo de situaciones, pues su padre, Giuseppe Fava, periodista y escritor como Claudio, fue asesinado por la mafia italiana. En una de sus estancias en Argentina, el autor tuvo conocimiento de la historia del club de rugby de La Plata y fruto del trabajo de investigación ha publicado esta novela, en la que nos narra como un grupo de muchachos integrantes del primer equipo sufren la represión del régimen de forma despiadada. Su delito no fue otro que “pensar diferente, elevar la voz fuera del coro” y esas cosas los milicos no las perdonaban.

El autor ambienta la novela en la Argentina de 1978, estando cercano el Mundial de futbol, el escaparate que querían utilizar los militares para lavar su imagen cara al exterior. “Argentina, tierra de derechos humanos , porque todo lo demás no es más que propaganda comunista, cosa de melenudos y huelguistas”.

“Los silenciados” recoge fielmente en sus páginas lo que fue el terror de la dictadura militar y el espíritu que representó, que se puede resumir en las palabras del general Manuel Ibérico Saint-Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires, “primero eliminaremos a los subversivos, luego a sus amigos y por fin a los indecisos”. Es por ello que en muchos casos la guerra sucia asesinaba a personas “porque no sabían lo que pensaban, y eso les ponía los pelos de punta”. Y para esta labor estaba el “Servicio de Inteligencia del Ejército: los barrenderos de la Junta Militar, encargados de hacer limpieza en el país”. Era lo que Naomi Klein describe en La doctrina del shock cuando habla de los generales chilenos[1]. No cabe duda que los militares argentinos tuvieron en la dictadura chilena el referente más cercano para aplicar la teoría del terror generalizado.

En el relato de la novela se produce el asesinato de Javier, un muchacho del equipo de La Plata a manos de los milicos. Este hecho será la mecha para que este modesto equipo rete al régimen militar con diez minutos de silencio antes del inicio del siguiente partido. Esta “afrenta a los militares y sus esbirros hecha sólo de silencio, había dado la vuelta al país” y será el detonante para que a partir de este momento, y en vísperas del Mundial de futbol, los cuerpos represivos pongan en su punto de mira en los jugadores de este club. Todo esto dará inicio a una espiral de represión que va a encontrar una respuesta colectiva por parte de este grupo de muchachos, seguir jugando el campeonato de rugby como forma de enfrentarse al poder. Fue su modo de “no darles la razón y una manera de honrar a los compañeros muertos”.

En la novela del periodista Claudio Fava sobrevuelan conceptos habituales en situaciones de terrorismo de Estado y guerra sucia, como la utilización de la mentira y la intoxicación informativa para conseguir la impunidad de la represión.

Aunque es producto de un trabajo periodístico, el autor no busca tanto contar hechos como “imaginar los pensamientos y los gestos de aquellos muchachos que prefirieron quedarse y morir”. El autor conserva en la novela el nombre del único superviviente, Raúl Barandiarán, no así el del resto de sus compañeros de equipo.

De la novela me gustaría destacar los diálogos porque se ajustan mucho a las situaciones que se se describen en el libro. Los diálogos entre el protagonista, Raúl Barandiarán y su entrenador, o los que tiene con su pareja, dan cuenta del miedo que se respiraba durante la dictadura militar y la situación dramática que vivía el pueblo. Dentro de la dureza que supone el relato de este tipo de hechos, no ha impedido a Claudio Fava escribir una novela que se caracteriza por una lectura ágil, sencilla  y con ritmo. Por ello la lectura se realiza en un breve espacio de tiempo.


[1] Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock” se expresa en estos términos: “Pero encarcelar y matar al gobierno no era suficiente para la nueva Junta Militar chilena. Los generales estaban convencidos de que sólo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados, como había pasado con la población de Indonesia. En los días que siguieron al golpe, unos trece mil quinientos civiles fueron arrestados, subidos a camiones y encarcelados, según un informe de la CIA recientemente desclasificado. 5 miles acabaron en los dos principales estadios de futbol de Santiago, el Estadio de Chile y el enorme Estadio Nacional. Dentro del Estadio Nacional, la muerte reemplazó al futbol como espectáculo público”.

Los silenciados
Los silenciados. Editorial Txalaparta

Conflicto Rusia-Ucrania ¿Geopolítica o ideología?

A lo largo de estos cinco meses de duración del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania el contenido de la información que los gobiernos y la inmensa mayoría de los medios de comunicación europeos han enviado a la opinión pública se han movido en los parámetros del simplismo, la desinformación, pero sobre todo, la intoxicación porque había que hacer llegar a la ciudadanía que en esta guerra hay unos buenos, Ucrania, y unos malos, Rusia. De esta forma es más fácil manipular a la opinión pública, y en este conflicto se ha equiparado a Putin con el pueblo ruso o viceversa. Tenían que evitar por todos los medios que se pudiera pensar que todo es más complejo y que detrás de este conflicto, lo que hay es una lucha por el control económico del mundo y en muchos momentos las ideologías no dejan de ser utilizadas como coartada o como herramienta para el logro de otros fines. El hecho que la inmensa mayoría de los países de Europa Occidental formen parte de la OTAN y bailen al son de los EEUU, inclina la balanza hacia uno de los lados de este conflicto. Y a la hora de tratar cuestiones de política internacional la cloaca mediática no se diluye, sino que actúa a las órdenes de los grandes lobbys y las multinacionales occidentales.

A día de hoy ha pasado el tiempo suficiente para poder hacer un diagnóstico que nos ayude a vislumbrar lo que el futuro nos puede deparar a medio-largo plazo. Pero para ello es necesario hacer un ejercicio de guardar una cierta distancia con todos esos análisis que están viciados en origen, puesto que son de parte y adolecen de rigor. No están tan lejos esos mensajes que recorrían los medios de comunicación en los que se decían que la guerra no se prolongaría durante mucho tiempo, debido a la superioridad militar rusa y que era cuestión de semanas la ocupación de todo el territorio ucraniano. Todo ello con la finalidad de introducir el miedo en la población europea y para ello barajaban la hipótesis de que Putin no pararía una vez que conquistase Ucrania. Detrás de esas afirmaciones, había un intento de influir sobre la opinión pública occidental para que se posicionara en contra de Rusia, que asimilara esta guerra como suya, viese con buenos ojos todo el apoyo enviado al Gobierno ucraniano y se recibiera con los brazos abiertos a toda la oleada de inmigrantes de este país. Y lo más importante, se empezaba a poner en marcha la demonización de Rusia y todo lo que sonase a ruso.

Después de las primeras semanas, y con motivo de los efectos económicos, el mensaje fue virando  con una finalidad muy concreta, que nos fuésemos haciendo a la idea que esta guerra va a durar años y que algunas de las consecuencias que vamos a sufrir, entre otras muchas, es el desabastecimiento energético y alimentario, es decir, mentalizar a la población que se avecinan tiempos duros, pues, al fin y al cabo, la ciudadanía va a ser quien sufra las consecuencias más duras. Y todas las informaciones se han enmarcado desde la visión que todo este sacrificio tiene como finalidad salvar a Occidente y su hegemonía a lo largo y ancho del planeta. Detrás de todo esto lo que buscan es que la ciudadanía no piense, porque para ello ya están las altas instancias de la OTAN y la UE que lo hacen por ella. Si hoy nos fijamos en la información que recibimos del conflicto, es más bien escasa y está enfocada únicamente a los efectos económicos del conflicto. Lo que si se puede afirmar es que Europa Occidental está al borde de una crisis sin precedentes.

A lo largo de estos meses de guerra la geopolítica y la batalla ideológica están sobrevolando en todo momento, pero lo importante es que sepamos darle el valor que tiene cada una de ellas y como encajar las piezas de este puzzle, puesto que ambos conceptos no tienen por qué coincidir, cada uno tiene su lógica y siguen caminos diferentes. Pueden relacionarse en algún momento dado, pero no es requisito sine qua non.

Por ello voy a tratar ambas cuestiones en el ámbito de la guerra ruso-ucraniana, para intentar entender en la medida de lo posible todo lo que está sucediendo, e intentar ayudar a entender lo que se nos avecina y, en ese contexto, analizar los posicionamientos de la izquierda.

Expansionismo desbocado de EEUU en la Europa oriental

Para hablar de las causas geopolíticas que han llevado al momento actual, no queda más remedio que empezar por el principio, que no es otro que todos esos hechos que han ocurrido a lo largo de las últimas décadas, que en su momento pudieron pasar desapercibidos, pero que bien ordenados sirven para entender el momento actual.

De todos es conocido que desde principios de la década de los noventa del siglo pasado, la OTAN inició un proceso de expansión hacia Europa del Este, aprovechando la caída de los regímenes prosoviéticos, la desaparición de la URSS y su posterior desmoronamiento. De esta forma se rompió el equilibrio geoestratégico existente hasta entonces, vulnerando todo tipo de acuerdo o pactos en los que la OTAN se comprometía a no expandirse hacia el Este de Europa. En aquel momento esta estrategia pudo pasar desapercibida, pues hasta la misma Rusia, después de la desaparición de la URSS, en la década de los 90, realizó un acercamiento a la OTAN, con el deseo de formar parte de ella, cosa que no acabó fructificando, probablemente porque no entrase en los planes ni en los intereses de EEUU. Era el inicio de un nuevo orden mundial en el que todo pilotaría sobre el eje de esta organización militar, bajo el liderato norteamericano.

Todo este terremoto en la Europa del Este fue aprovechado por EEUU a través de la OTAN para aislar a Rusia. Un dato histórico que es necesario tener presente es que al finalizar la II Guerra Mundial, y el inicio de la guerra fría, la primera organización internacional de carácter militar que se constituyó fue la OTAN en 1949, mucho antes del surgimiento del Pacto de Varsovia, que se produjo en 1955. La organización que englobaba a los países del Este se creó como necesidad de defensa ante la escalada armamentística de EEUU y sus aliados cuando se inició la guerra fría. Es por ello que con la desaparición del Pacto de Varsovia, la OTAN no se plantease su desaparición, pues su objetivo era y es el control absoluto del mundo para crear un nuevo orden mundial y que EEUU sea quien lo lidere, y claro, los conflictos surgen cuando hay potencias que intentan disputarle esa hegemonía, como es el caso de China que se ha convertido en una potencia económica de primer orden o Rusia que no quiere injerencias en su entorno más cercano.

A lo anteriormente comentado hay que añadir que EEUU tanto en el marco de la OTAN como fuera de ella lleva tiempo queriendo recuperar un protagonismo que en los últimos tiempos había sufrido algunos traspiés, debido a los fracasos cosechados en sus políticas internacionales, véase Afganistán, Irak, pérdida de influencia en África, Latinoamérica y en otras regiones del planeta.

Una estrategia para el aislamiento de Rusia

Viendo el desarrollo de los acontecimientos en estas últimas décadas, podemos tener claras algunas ideas acerca de la estrategia de EEUU, a través de la OTAN que han desembocado en el escenario actual.

A lo largo de los años EEUU ha ido provocando una serie de situaciones para atraer a todos los países que pertenecieron al Pacto de Varsovia y/o formaron parte de la extinta URSS, con la finalidad de aislar a la actual Rusia, lo que a esta última le ha supuesto una pérdida de la capacidad hegemónica en todos los países que fueron de la órbita soviética. Primero fue el apoyo dado por Occidente a las repúblicas bálticas para lograr la independencia de la URSS, aprovechando la situación que vivía el régimen soviético. Posteriormente fue en la antigua ex Yugoslavia, con la finalidad de controlar los Balcanes, algo que pasó más desapercibido debido a las características del conflicto armado que hubo entre las ex repúblicas yugoslavas y que este Estado no pertenecía al Pacto de Varsovia.

En el caso de Ucrania, país donde ha estallado la guerra actual, como ya veremos en su momento, los problemas surgieron con el golpe de Estado dado con la revolución del Euromaidán (2014). Todo esto ha servido para que Rusia se sienta acosada y vea como una amenaza la entrada de Ucrania en la OTAN y en la UE. De hecho, cabría decir que en estos últimos años, desde los sucesos de 2014, EEUU ha diseñado una estrategia con la intención de medir la reacción rusa y provocar algún error del Gobierno ruso.

Con los datos que se manejan en la actualidad, el hecho que Rusia iniciara un conflicto bélico a gran escala contra Ucrania, no deja de ser una reacción a las políticas occidentales en Ucrania. Todo lo sucedido se podría ver desde la óptica que EEUU habría planificado una estrategia para Ucrania con la finalidad de provocar a Rusia para que más pronto que tarde se viera abocada a realizar un ataque militar contra esta república exsoviética de Ucrania. Si el Gobierno de Moscú optaba por una estrategia militar, no cabría duda que EEUU ya habría obtenido uno de sus objetivos: tener una guerra porque la política internacional norteamericana está basada en exportar conflictos armados para obtener suculentos beneficios. Y en todo este juego, Ucrania no deja de ser el saco que se va a llevar todos los golpes.

Una guerra a la medida de los EEUU

Para los EEUU esta guerra reúne los requisitos necesarios de la guerra perfecta para sacarle una rentabilidad que no ha podido logar en los últimos tiempos con otros conflictos y con el añadido de su reforzamiento a nivel mundial.

Una guerra de estas características en el corazón de Europa ha servido para un fortalecimiento de EEUU como potencia líder ante sus aliados, puesto que desde el primer momento está imponiendo su estrategia tanto en la OTAN como en su relación con sus aliados en las diferentes regionales del planeta. Todo esto le ha ayudado a recuperar la iniciativa perdida en política internacional y le ha servido para hacer resucitar a la OTAN que después del fracaso de Afganistán, empezaba a ser un cadáver con un futuro un tanto incierto y desde el punto de vista de la imagen internacional, EEUU necesitaba de forma imperioso lavar su imagen.

Este conflicto ha sido la excusa perfecta para que los norteamericanos hayan obtenido el compromiso sin rechistar del resto de países de la OTAN para un incremento en el gasto militar. Una vieja reivindicación de la Administración norteamericana a la que se resistían el resto de países de la OTAN, pero que el conflicto entre Ucrania y Rusia ha servido para doblegar la resistencia europea.

Si todas las guerras en las que participa EEUU suelen ser a decenas de miles de kilómetros de sus fronteras, en el caso que nos ocupa hay que añadir el elemento nada desdeñable que no está teniendo un coste en bajas humanas, cuestión importante porque evita que la opinión pública se pueda volver en contra de la Administración norteamericana.

Dentro de la política expansionista de la OTAN, esta guerra ha servido para que Finlandia y Suecia hayan abandonado su tradicional neutralidad y hayan pedido el ingreso en la OTAN. De esta forma se incorporan dos países con una situación estrategia que supone una amenaza para Moscú. Sin este conflicto se hace difícil pensar que hubieran cambiado su status. Otro logro más en la política expansiva de la OTAN.

En todo conflicto bélico siempre hay países que obtienen una rentabilidad económica a costa de los contendientes, y en el caso que nos ocupa, los EEUU están obteniendo unos beneficios nada desdeñables. Este conflicto está sirviendo para reforzar sectores estratégicos de la economía norteamericana. El primer sector que se está viendo beneficiado por el conflicto es la industria armamentística americana. El envío de armamento al Gobierno ucraniano y las inversiones que los aliados de EEUU están realizando dentro de esta carrera desaforada está proporcionando un beneficio inusitado al sector armamentístico norteamericano y europeo, pues hay que ser muy ingenuo para pensar que el armamento que recibe el Gobierno de Zelensky es a título gratuito, por lo tanto, nadie debe de olvidar que los EEUU han apostado por una guerra que se prolongue en el tiempo, cuanto más se prolongue, los beneficios serán mayores. Las declaraciones que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, realizó el pasado mes de junio al diario alemán Bild fueron bastante premonitorias. Advirtió que es preciso estar preparados para que la guerra en Ucrania dure posiblemente años. No cabe duda que están abonando el camino para un escenario en el que el conflicto se alargue en el tiempo.

Las sanciones económicas impuestas a Rusia y la estrategia surgida desde la UE de dejar de adquirirle materias primas dio como primer fruto la venta por parte de EEUU de gas y otros productos energéticos a la UE, pero con unos incrementos en los precios que en el caso del gas rondaban el 40 por ciento, lo que ha contribuido a seguir mejorando la economía norteamericana a costa de la UE. Esta estrategia seguida desde Bruselas, que se puede calificar como un suicidio en toda regla, al pasar a depender energéticamente de los EEUU, está sirviendo como un auténtico pelotazo económico para EEUU.

Lo alarmante es que no sólo se está viviendo esta situación con los productos energéticos, también se está generalizando con otras materias primas, como son los productos agrícolas, pues EEUU tiene un interés muy importante en poder introducir ciertos alimentos que hasta el momento tenían una gran dificultad en poderlos introducir en la UE debido a que no cumplen con las normas europeas.

Los países de Europa occidental en esta estrategia de plegamiento ante los intereses de EEUU se han dejado llevar a un callejón de muy difícil salida. La economía de la UE lleva años arrastrando problemas como consecuencia de la pandemia y de factores como la deslocalización, la dependencia energética del exterior, a lo que hay que añadir sus políticas erráticas y neoliberales. Con una economía sin haber recuperado el pulso a niveles de antes de la pandemia, el bloqueo económico impuesto a Rusia se está volviendo en su contra. La tan cacareada insolvencia de Rusia a medio y corto plazo no parece que se vaya a producir y, por el contrario, es Rusia la que en las últimas semanas ha procedido al corte del suministro energético a los países europeos, lo que está suponiendo un efecto boomerang para la estrategia de la UE en este conflicto.

Por ello no es nada descabellado pensar que EEUU estaba necesitado de tener un conflicto de estas características para que le reportara unos beneficios que en condiciones normales no los hubiese tenido.

La Ucrania de Zelensky

La Ucrania actual es producto de un proceso que nació con la mal llamada revolución del Euromaidán. Y digo mal llamada revolución, porque aquello tuvo similitudes a un golpe de Estado auspiciado por intereses occidentales con una finalidad muy concreta: el acercamiento de Ucrania a la OTAN y la UE. Para ello desataron una represión feroz contra la minoría rusa y contra los partidos comunistas de Ucrania, contraponiéndose con la permisibilidad que tenían las organizaciones de ideología nazi y fascista, encargadas de desatar el terror contra la minoría rusa y las organizaciones de izquierdas. Los sucesos de Odesa en la casa de los sindicatos no fueron algo casual. La guerra en el Dombás fue una muestra más de agresión a la minoría rusa de la región que causó más de 14.000 muertos y donde se firmaron los acuerdos de Minsk, que han sido vulnerados de forma sistemática por el Gobierno ucraniano. Como el Gobierno ucraniano debió quedar muy satisfecho del trabajo realizado por las bandas nazis, no se le ocurrió mejor premio que integrarlos en el Ejército ucraniano y como muestra está el Batallón Azov, plagado de nazis ucranianos.

En todo este proceso EEUU empezó a tomar posiciones en el sector energético ucraniano. La historia se vuelve a repetir como en otros conflictos no tan lejanos. EEUU y la OTAN no tienen como prioridad ni exportar la democracia ni el apoyar a gobiernos democráticos. Lo importante es la lucha en el marco geopolítico para ganar influencia en más regiones del mundo.

En la actualidad Zelensky representa un régimen que cualquier parecido con una democracia de corte liberal es pura coincidencia y en esta situación de guerra, han convertido a Ucrania en un parque temático de la extrema derecha, un laboratorio en el que los partidos nazis y fascistas europeos están obteniendo una formación militar que debería preocupar a cualquier demócrata. Cuando vuelvan todos los voluntarios de extrema derecha alistados en las milicias ucranianas, van a ser un auténtico problema para los gobiernos de Europa occidental, cosa que no parece que preocupe a ningún gobierno.

Las ilegalizaciones de partidos de izquierda y la vulneración de los derechos de la minoría rusa se siguen produciendo sin que ningún gobierno realice ninguna declaración al respecto. Si a esto añadimos la alfombra roja que los medios de comunicación han puesto a todos estos grupos neonazis en la cobertura mediática que han tenido, nos podemos esperar cualquier cosa. Sin olvidar que Zelensky no deja de ser un peón de los EEUU, este ha sabido utilizar los medios de comunicación para atraer las simpatías de Occidente y reforzarse en el poder.

De todo esto la conclusión que obtenemos es que una vez más EEUU y la OTAN no están defendiendo ni la democracia ni a un país democrático, es pura geopolítica que esconde intereses económicos y la guerra durará lo que ellos quieran, porque no parece que la UE con líderes como Borrell vayan a dar un giro de 180 grados. La única preocupación es el poner parches a la situación actual sin cuestionar las decisiones estratégicas norteamericanas.

La Rusia de Putin

Cuando en el mes de febrero estalló este conflicto desde Occidente se puso el objetivo en Putin y Rusia para lanzar toda una batería de críticas y acusaciones de todo tipo. Parecía como si nadie conociese a Putin. Parece que nadie recordaba las barbaridades que había realizado en otros conflictos. Quizá una de las más destacado sea la Guerra de Chechenia, en la que Putin decidió arrasar el país caucásico, pero hay otros conflictos en los que ha actuado de forma similar, caso de Siria, así como en lo concerniente a la política interna rusa. Pero durante muchos años Occidente ha mirado para otra parte y/o le ha reído las gracias.

Al hablar de Rusia es necesario diferencia entre los intereses de su ciudadanía y las políticas de Putin, pues este no gobierna para la gran mayoría del pueblo ruso. El hecho que Putin sea un político deplorable, no nos puede hacer olvidar que a Rusia y al pueblo ruso le asiste el derecho de defenderse de las políticas expansionistas de EEUU y la OTAN. Es lógico que vean como un peligro latente el expansionismo de la OTAN y que vean con gran preocupación la situación de las minorías rusas que hay en los países de Este de Europa. Las políticas internacionales aplicadas por EEUU han sido humillantes para Rusia y salvando las distancias, tienen una cierta similitud con el trato recibido por Alemania en el Tratado de Versalles, al finalizar la I Guerra Mundial, lo que acabó derivando en el III Reich.

El pueblo ruso está herido en su orgullo y a nadie le debería de extrañar los acontecimientos de los últimos meses, con el agravante que no sabemos cuanto tiempo puede durar.

La izquierda europea ante el conflicto Rusia-Ucrania

Dentro de la izquierda se ha dado un debate acerca de cuál debía de ser el papel que debía desempeñar en esta guerra. Por un lado los que han apoyado al régimen ucraniano y, por otro,  los que se han posicionado en contra de la OTAN y dentro de estos nos encontramos algunos sectores que ha apoyado a Rusia. Y ante este conflicto, como no podía ser de otra forma, ha surgido el debate acerca del posicionamiento que los gobiernos europeos debían de tener en esta guerra. Si había que ayudar a Ucrania ante la invasión rusa o lo coherente era la no intervención en el conflicto y la búsqueda de una solución dialogada.

Se mire como se mire, tanto Putin como Zelensky y los regímenes que ambos representan no tienen un pase. Ambos regímenes no es que estén muy lejos de lo que es la izquierda europea, es que están a años luz de lo que son los estándares democráticos liberales. Cada uno con sus características, son dos regímenes que tienen un pie en el populismo de derechas y el otro pisando la raya del fascismo.

Como con anterioridad ya he expuesto, aunque de forma breve, lo que representa el actual régimen político de Ucrania, me voy a centrar en Rusia, pues quizá haya sido donde en la izquierda ha habido un mayor debate.

El rechazo que genera la OTAN en un sector importante de la izquierda española ha vuelto  salir a la luz con motivo de la estrategia belicista de esta organización en este conflicto, lo que nos ha retrotraído en el tiempo al debate que hubo en los años 80 acerca de la entrada del Estado español en la alianza militar. La realidad es que la alianza no ha variado un ápice su discurso ni sus políticas, lo que refuerza la posición anti-OTAN de la gran parte de la izquierda española.

Respecto a Putin es necesario decir que lidera un régimen corrupto y profundamente reaccionario, xenófobo, contrario a los derechos humanos, a las reivindicaciones del colectivo LGTBI y muy cercano a la Iglesia Ortodoxa rusa, teniendo dirigida su mirada a tener contentos a los oligarcas del país que han hecho dinero a su sombra.

A estas alturas de la película nadie puede negar los vínculos estrechos que mantiene Putin con la extrema derecha mundial y antiglobalista. Putin lleva años tejiendo relaciones con personajes como Le Pen en Francia, Orbán en Hungría o Salvini en Italia o con organizaciones de la órbita de VOX como Hazte Oir. Los oligarcas rusos afincados en países occidentales han financiado a partidos de derechas como a los conservadores británicos y Putin ha llegado a financiar la campaña de Lepen para las presidenciales francesas de 2017. Es curioso que todo esto no haya levantado ninguna ampolla en los medios de comunicación europeos. Se ha recogido en la prensa pero de forma normalizada, no ha supuesto ningún escándalo.

Por lo que respecta a las bases ideológicas de Putin, estas quedaron expuestas en el discurso que realizó al inicio de la invasión de Ucrania, en él marcaba las líneas maestras de su ideología y su revisionismo de la historia reciente de Rusia. Utilizando un lenguaje propio de la Rusia zarista, reivindicó la gran Rusia e hizo una crítica feroz a las políticas que aplicaron con la Revolución bolchevique en lo referente a los derechos de los diferentes pueblos que formaban el Imperio ruso y el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Al hablar de ucrania de definía como “parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual”. Se me viene a la cabeza un recurso fácil, pero se parece bastante a la frase que utilizaba el régimen franquista de “una unidad de destino en lo universal”. Un discurso en el que juega con los términos ruso y cristiano ortodoxo. Pero la concepción que tiene de la “Ucrania moderna” es lo más contrario al espíritu de la revolución rusa de 1917. Para Putin “la Ucrania moderna fue creada completamente por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia bolchevique, comunista. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura con Rusia: separando, cercenando lo que históricamente es tierra rusa. Nadie preguntó a los millones de personas que vivían allí qué pensaban”.

Realiza una enmienda a la totalidad de lo que fue la Revolución bolchevique, erigiéndose en sucesor de las políticas imperialistas del zarismo y criticando duramente “el humillante Tratado de Brest-Litovsk”, por el que los bolcheviques ponían fin a la participación rusa en la I Guerra Mundial, en consonancia con la postura que habían mantenido desde que estalló la guerra.

Por lo que respecta a los destacamentos militares que ha enviado Putin, tampoco se puede dejar pasar por alto que ha utilizado mercenarios de la empresa Wagner o las milicias chechenas, que no tienen nada que envidiar a otros grupos de tendencia fascista.

En este escenario y con este discurso por parte de Putin, se me hace muy complicado que haya algunos sectores de la izquierda que estén cercanos a este posicionamiento, por muchas imágenes que nos muestren a tanques rusos con banderas soviéticas. El rechazo a la OTAN y lo que ha representado a lo largo de la historia es lo que en cierto sentido ha movido a hacer un análisis más desde un prisma geopolítico que ideológico.

La postura de la izquierda que apuesta por el desarme, la no beligerancia y agotar la vía diplomática y el dialogo siempre es complicada, máxime cuando toda la maquinaria de comunicación está al servicio de los sectores proclives a la solución militar. El exponer a día de hoy que el incremento en gastos de defensa no es sinónimo de más seguridad, probablemente muchas personas no lo compartan, pero la paz nunca se puede construir armándose para la guerra.

El no encuadrarse en un bando, aunque se le intente aplicar el “si no estás conmigo estás contra mi”, no deja de ser una posición coherente en un conflicto que teniendo muchas aristas, destacan las relacionadas con los intereses económicos y el control de la región. La conclusión que se puede obtener de la guerra entre Rusia y Ucrania nos ha ofrecido un escenario en el que la confrontación es más geopolítica que ideológica y es resto es propaganda pura y dura.  

El secuestro de Pablo González. El precio del periodismo independiente

No corren buenos tiempos para la defensa de los derechos y libertades fundamentales en Europa Occidental. Derechos como los de libertad de expresión, manifestación o información llevan tiempo siendo cercenados de forma alarmante. No es que sea una cosa de anteayer, pues la degradación de la democracia de corte liberal se lleva produciendo desde hace décadas y, casualmente, los primeros pasos de esta deriva coinciden en el tiempo con la caída de los países de Europa del Este, al inicio de la década de los noventa. Cuando el capitalismo dejó de tener competencia pasó a enseñar su verdadera faz. La situación continuó acrecentándose después de los atentados del 11-S, recientemente la pandemia que hemos sufrido en los últimos dos años ha sido la excusa perfecta para continuar en esa dirección y ahora el conflicto entre Rusia y Ucrania ha supuesto la última vuelta de tuerca en esa deriva de recortes de derechos.

Cualquier escenario siempre es bueno para que desde los gobiernos y las organizaciones supranacionales se cercenen derechos individuales y colectivos. En unos casos la excusa es salvaguardar la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Así lo empezamos a sufrir después de los atentados del 11-S, con ilegalizaciones de organizaciones políticas, al amparo de que todo podía ser terrorismo, con listas interminables de organizaciones que de la noche a la mañana pasaban a ser terroristas. En otros casos, escudándose en la seguridad sanitaria, como lo vivido durante la pandemia. Eso sí, en este caso, se viese como se viese, el recorte de derechos fundamentales fue arbitrario, y así lo pudimos comprobar a lo largo de los diferentes confinamientos que tuvimos en los dos últimos años. Derechos fundamentales como el de manifestación, se podían ejercer en función del barrio al que perteneciesen los manifestantes. Y ahora la guerra en Europa del Este está sirviendo para que los gobiernos europeos apliquen leyes pensadas para situaciones de guerra, pero sin estar en guerra, puesto que está localizada de forma muy nítida; es una contienda ente Ucrania y Rusia, y no pasa por las mentes de la  OTAN ni la UE la idea de formalmente ser parte directa en el conflicto.

Detrás de todo este recorte de derechos individuales y colectivos, lo que está habiendo es un intento de control de la disidencia política e ideológica, y para ello el paso fundamental que están dando los estados es la manipulación de la información. Esta tiene que llegar a la ciudadanía lo suficientemente cocinada para que cualquier parecido con la realidad sea pura coincidencia, pero que sirva a los intereses de los que dominan en los países occidentales.

En todo este deterioro de la salud democrática, los medios de comunicación son la herramienta perfecta para que el Poder pueda llevar a cabo toda esta estrategia, y el periodismo independiente se acaba convirtiendo en la mayor víctima. Los aparatos de los Estados se apoyan en los grandes medios de comunicación que pertenecen a los grandes grupos económicos para la defensa de sus intereses y los periodistas de esos medios no dejan de ser marionetas en manos de los que dirigen esos medios de comunicación.

En este ambiente de manipulación informativa, tienen que andarse con cuidado todos aquellos profesionales del periodismo que son independientes y que tienen un compromiso con la sociedad y con el derecho a una información veraz.

Desde que dio comienzo el conflicto entre Ucrania y Rusia los estados que forman parte de la OTAN y la UE están utilizando la información como el arma más importante para ganar la batalla ante la opinión pública, por lo que el derecho a la información ha pasado a mejor vida. Desde Occidente se ha criticado duramente la actuación del Gobierno ruso en esta materia, pero las diferencias entre ambas partes son más bien de matices. La prohibición de poder ver canales de televisión ruso en Europa occidental es una vulneración del derecho a una información plural. Da la impresión que sólo buscan el pensamiento único. Y con todo esto que acabo de exponer no  justifico la decisión de Putin de invadir Ucrania, pues son cuestiones diferentes.

En este conflicto no quieren testigos que cuenten las cosas que ven, porque la verdad pone en peligro los intereses de toda esa maquinaria montada para que la ciudadanía se forme una opinión en función de los intereses de los países occidentales y cuando hay algún periodista que su objetivo es informar al margen de los poderes mediáticos no deja de ser una persona molesta.

En esta situación se encuentra el periodista vasco Pablo González, que lleva más de 130 días secuestrado e incomunicado en una prisión de Polonia, bajo la acusación de ser espía ruso. Para denunciar esta situación y solidarizarse con el Pablo González, el pasado jueves, 7 de julio, se celebró en Euskal-Etxea de Madrid un acto en el que intervinieron personas de diferentes ámbitos[1]. También intervino mediante videoconferencia Oihana Goiriena, compañera de Pablo González.

Este caso está sirviendo para poder observar el grado de rusofobia que se está trasladando a la ciudadanía. El hecho que Pablo González tenga doble pasaporte, español y ruso, al ser hijo de uno de los niños de la guerra que acabó recalando en la URSS, que domine el ruso y sea un conocedor de los países de esa zona, habiendo estado como periodista en el Dombás, ha servido para estigmatizarlo desde el momento que se conoció su detención.

Del acto quisiera destacar algunas cuestiones que son importantes para poder entender el nivel informativo que se está dando en Europa occidental entorno del conflicto entre Ucrania y Rusia.

Desde la óptica jurídica el magistrado Martín Pallín definió esta situación como un secuestro judicial. La detención se ha producido en un país que no es parte directa en el conflicto, puesto que Polonia y Rusia no están en guerra. Se están vulnerado todo tipo de legislación y tratados europeos, que son de obligado cumplimiento en Polonia al ser miembro de la UE. Pablo González se encuentra en un régimen de incomunicación en el que se le ha prohibido tener un abogado de su confianza y tener una comunicación con su familia. Y dentro de esta situación la abogada Silvia Arribas denunció la pasividad del Gobierno español que se ha limitado a darle asistencia consular mediante tres visitas que le ha realizado el cónsul español. La UE en este caso está mirando para otro lado, sabiendo de las dudas que desde hace tiempo ha generado en este organismo la judicatura polaca.

Desde la óptica del derecho a la información, el panorama que describieron diferentes intervinientes del mundo del periodismo fue bastante negro. Las diversas intervenciones que se dieron en la sala tuvieron un denominador común: hicieron hincapié en la falta de solidaridad por parte de los profesionales del periodismo y la falta de sensibilidad que se vive en nuestra sociedad ante situaciones de este tipo.

El grado de abandono que está sufriendo Pablo González llega al extremo que si uno intenta buscar en Internet la única crónica sobre el acto es la que ha escrito Iñaki Alrui, para el digital LoqueSOMOS. Aquí os dejo el enlace de la crónica para quien esté interesado: https://loquesomos.org/desde-madrid-pablo-gonzalez-libertad.

El apagón informativo está funcionando a la perfección en una sociedad en la que se presume que es transparente. Y en palabras de la periodista Teresa Aranguren, nos encontramos en un contexto de pensamiento único.

Para finalizar, es de agradecer que el salón de actos de Euskal-Etxea de Madrid haya podido servir para ser un altavoz de la solidaridad con el periodista Pablo González, puesto que un acto de esta naturaleza no es lo más atrayente para muchos auditorios.


[1] Los intervinientes fueron Lola, del Colectivo de Madres contra la Represión, José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo, Ana María Pascual, periodista de Público, Silvia Arribas, abogada de la Asociación Libre de Abogadas y la periodista Teresa Aranguren.

La miseria moral de Occidente

En primer lugar, como cuestión preliminar, y viendo que al tratar el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha aumentado la sensibilidad de la opinión pública hasta el extremo que si uno hace un comentario o análisis crítico acerca de una de las partes en conflicto ya se le acusa de estar a favor de la otra, voy a dejar claras algunas cuestiones.

En primer lugar, estoy en contra de todo tipo de agresión, militar o de otra naturaleza, a cualquier país soberano, por eso me parece una aberración la carrera armamentística de las grandes potencias mundiales que sólo tiene una finalidad: la defensa de los intereses económicos de las élites de los países contendientes. Las guerras son un instrumento del capitalismo para acumular más riqueza y para ello, utilizan el nacionalismo más reaccionario para enfrentar a unos pueblos contra otros, siendo estos los que ponen los muertos en todo conflicto. Y quien sufre las consecuencias es, como siempre, la población civil. Y por supuesto, estoy en contra de los que exportan la guerra lejos de sus fronteras con la finalidad de obtener grandes beneficios para sus empresas armamentísticas.

Por todo lo que acabo de exponer, estoy en contra de todas las agresiones y guerras que se han dado o se dan a lo largo del planeta, que por cierto, en la actualidad hay algo más de una docena de ellas y de las que no se habla. El hecho de que la guerra se esté produciendo en Europa no lo hace más grave que cuando ocurre en otras regiones del mundo.

En el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania también voy a hacer una consideración preliminar. El conflicto no se ha iniciado el pasado 24 de febrero con el ataque de Rusia a Ucrania y su invasión. El conflicto lleva produciéndose desde 2014, con alrededor de 14.000 muertos en la zona del Dombás. Si bien es cierto que hay muchas personas que teniendo conocimiento de esto, curiosamente han entrado en un estado de amnesia para poder mantener en este momento un discurso bélico acorde con los dictados de EEUU, la OTAN y ese títere de los EEUU que es la Unión Europea.

Dicho todo esto, son innumerables los temas que se pueden tratar entorno a este conflicto, pero el que en este momento me preocupa es la miseria moral de Occidente en esta conflagración, que se puede englobar en las siguientes cuestiones: política de refugiados, política de sanciones, vulneración del derecho de información y blanqueo de regímenes que no cumplen los estándares de las democracias liberales.

No ha sido necesario que hayan pasado más de dos semanas desde que el Ejército ruso iniciara la ofensiva contra Ucrania para volver a constatar una vez más la mezquindad de Occidente con la colaboración inestimable de la gran mayoría de los medios de comunicación, pues no hay cuestión que afecte a este conflicto que no esté bajo los efectos de la manipulación política y/o informativa.

Occidente en general y Europa en particular, representan en estos momentos la mayor de las miserias y cada día que pasa logran superarse. A lo largo de las dos décadas que hemos consumido de este siglo, los países occidentales han llevado la guerra a diferentes zonas del planeta, en algunos casos de forma directa, como fueron las invasiones de Afganistán, Irak y los bombardeos a Libia, o de forma indirecta, apoyando a algunos países o grupos terroristas para derrocar a gobiernos que no eran de su cuerda o que eran un estorbo para sus intereses en la zona, como son el caso de las guerras en Siria y Yemen.

EEUU, en colaboración con los países que forman la OTAN y la UE, ha exportado destrucción y muerte para millones de personas inocentes que veían como de la noche a la mañana lo perdian todo, convirtiendo su vida en un infierno, siendo su única salida la huida y el abandono de su país. La situación actual de Ucrania es similar a la vivida en Siria, Libia, Iraq, Afganistán o Yemen. Mención especial tiene la cobertura que proporciona Occidente a las políticas belicistas del Estado de Israel para atacar al pueblo palestino y los países de su entorno, especialmente Siria. Es la típica guerra que se encuentra junto a nosotros, como el que tiene una jaqueca crónica que llega un momento que pasa a ser como algo connatural a esa persona. Eso sucede con la situación de los palestinos. Una situación sangrante en la que Occidente mira para otro lado, pues no se puede disgustar a Israel.

Las imágenes de destrucción y de personas huyendo que estamos viendo estos días son similares a las de cualquiera de los conflictos que he enumerado. Lo que cambia es que las personas que en Ucrania lo están sufriendo son blancos, rubios, no tienen la tez morena ni son negros, profesan la religión cristiana, van vestidos con ropa occidental de las mismas marcas que por estas tierras se consumen y llevan consigo un móvil de última generación. Y todo esto no es cuestión menor, pues casualmente en cuanto estalló este conflicto, la celeridad demostrada por los gobiernos de la UE ha sido inimaginable. No tardaron ni 48 horas en ponerse de acuerdo para aprobar el status de refugiado para todo aquel ucraniano que entrase en un pais de la UE, vamos, todo lo contrario de lo que ha sucedido en otras crisis humanitarias promovidas y provocadas por ese tridente formado por EEUU, la OTAN y el tonto útil que es la UE. Ello ha venido a demostrar que existen refugiados de primera y de segunda. Se critica a la extrema derecha, pero se acaba actuando como ella. La bajeza moral ha llegado hasta el extremo de diferenciar a las personas que huían de Ucrania entre los que eran nativos de este país y los que habían recalado en él como consecuencia de la huida de otros conflictos, como los procedentes de Siria o Afganistán. Si la actitud con la inmigración ucraniana la comparamos con el trato dado a lo largo de estos últimos días a las personas que saltaban la valla en Melilla, la comparación es insultante. Estos últimos eran recibidos a porrazo limpio. Eso con el gobierno más progresista de la historia. No quiero ni pensar cómo serán recibidos cuando VOX gobierne.

En relación a la acogida a los refugiados me parece impresionante el gesto de solidaridad de la sociedad europea volcándose en acoger a los refugiados ucranianos, dando ayuda de todo tipo, personas que han cogido una furgoneta y se han ido a traer familias para acogerlos en sus casas. Pero, como he mencionado anteriormente, en las dos últimas décadas ha habido varias crisis humanitarias provocadas por los países occidentales y, en el mejor de los casos, ha habido sectores de la población que han dado un apoyo, pero ni mucho menos ha tenido la misma magnitud, y ha estado sujeto a la crítica constante de los partidos de derecha europeos. Esto en el Estado español lo sabemos muy bien, el trio de Colón en su conjunto ha estado en contra de cualquier acogimiento a inmigrantes, aduciendo del peligro que generaba el efecto llamada. Ahora parece que no hay riesgo de que se produzca el tan temido para la derecha efecto llamada y toda solidaridad es poca. La conclusión es que la doble vara de medir de la clase política europea ha sido asimilada por la sociedad. Y con esto en absoluto critico la solidaridad desplegada durante estas últimas semanas, sino que echo en falta que se actúe de la misma forma cuando se dan situaciones similares en otros conflictos, con el agravante que su origen se encuentra en las injerencias políticas y militares de los países de occidentales. Hasta en la solidaridad hay un poso de xenofobia.

La política de sanciones que aplica Occidente no deja de ser una forma arbitraria de imponer su hegemonía. Su finalidad no es tanto la democratización ni el respeto de los derechos humanos en los Estados a los que se les aplica cualquier medida de esta naturaleza, sino que sigan los dictados de EEUU y de la UE. A la hora de imponer sanciones económicas a un Estado las grandes potencias tienen presente los beneficios o perjuicios económicos y geoestratégicos que la decisión generaría. En función de esto se blanquea al régimen de turno, sin perjuicio que sea una dictadura feudal, caso de las monarquías feudales del Golfo Pérsico con Arabia Saudita a la cabeza, un Estado genocida, al estilo de Israel con el pueblo palestino o Marruecos con el pueblo saharaui. A ninguno de estos países se les ha impuesto sanciones económicas. Y habría que preguntarse ¿y por qué ahora a Rusia? Porque el régimen ruso no ha engañado a nadie en los últimos 30 años. Ha practicado la represión contra la prensa y la oposición hasta el punto de llegar a envenenar, asesinar o encarcelar a ciudadanos rusos, practicó atrocidades durante las dos guerras de Chechenia y durante todo este tiempo la Comunidad Internacional nunca tomó medidas de calado, se ha limitado a protestar y nunca se han puesto en tela de juicio los procesos electorales rusos sobre los que ha habido algo más que indicios de fraude.

Ahora, como la cosa en materia energética se complica, el guardián de las esencias democráticas, EEUU, ha dado un paso más en su falta de ética y por cuestiones crematística no ha dudado en tocar la puerta de Venezuela y de intentar normalizar las relaciones. Después de haberlo demonizado y de haber aplicado un embargo económico que lo ha sufrido todo el pueblo venezolano ahora da un giro de 180 grados. Partiendo de la premisa que Venezuela es un Estado soberano sobre el que no debe de haber ninguna injerencia extranjera, el viraje de los EEUU es una muestra más de la falta de toda moral en materia de derechos humanos.

Otro tema que es muy preocupante es que la vulneración del derecho de información es una constante en una guerra y esta no está siendo una excepción. Entiendo que para la inmensa mayoría de los medios de comunicación de Occidente debe de ser casi imposible escribir desde unos parámetros de imparcialidad, rigor y profesionalidad sobre las innumerables cuestiones que afectan al conflicto armado entre Rusia y Ucrania. Su relación de dependencia con los grandes grupos económicos y de poder político les lleva a ubicarse en el bando del poder. Por tanto, nada podemos esperar de su labor, pues va dirigida a apuntalar a los prebostes políticos y económicos.

Es muy preocupante que en lo relacionado con la información se esté viviendo un auténtico estado de excepción. La decisión adoptada por los países de la UE de prohibir la emisión de canales de televisión rusos es una vulneración del derecho que tiene el ciudadano a elegir donde se quiere informar y de tratarnos por tontos. Que este tipo de prácticas se den en Rusia, un país donde los derechos fundamentales se encuentran diariamente vulnerados, es algo esperable, pero que lo haga la UE es muy preocupante, como lo es que el reportero vasco Pablo González se encuentre encarcelado en Polonia acusado de espionaje, sin que a día de hoy hayan aportado prueba alguna. Ante esta vulneración del derecho de información la UE mira para otro lado. Debe de ser que no quieren testigos incómodos.

A lo largo de estas semanas se ha podido observar cómo los medios de comunicación españoles han intentado desnaturalizar algunos hechos que se han producido en los últimos ocho años en Ucrania. Comprobar como han intentado lavar la cara del régimen ucraniano surgido del Euromaidán[1] en cuestiones como la quema de la casa de los sindicatos en Odessa por parte del grupo paramilitar de ideología neofascista Sector Derecho, partidario del Gobierno ucraniano, donde murieron más de cuarenta personas que se habían refugiado en ese edificio para protegerse de las agresiones de estos grupos, la inclusión en el ejército regular ucraniano de todas estas unidades paramilitares neonazis o la ilegalización de los partidos comunistas de Ucrania son una muestra de la labor que está realizando la prensa. Además de poca profesionalidad, no han dudado en alinearse con una de las partes enfrentadas, en vez de ser rigurosos a la hora de informar.

Da la sensación que la UE se siente más cómoda con medios de comunicación que blanquean a organizaciones nazis y fascistas a través de la cobertura informativa que les están proporcionando. Tanto en televisión como en la prensa escrita han aparecido entrevistas a miembros de grupos fascistas que se han apuntado de voluntarios para alistarse en los regimientos nazis que hay en Ucrania, como es el Regimiento Azov (grupo paramilitar nazi ucraniano que ha sido integrado en el ejército de este país). Lo cuál no deja de ser un blanqueamiento político del actual régimen ucraniano, que no es que haya brillado por la defensa de los derechos humanos y los valores democráticos.

Esto último me sirve para enlazar con la última cuestión que es la relativa al blanqueo por parte de Occidente de los regímenes que no cumplen con los estándares de las democracias liberales y un ejemplo es el régimen ucraniano. Las políticas de las democracias occidentales vienen a demostrar que no tienen ningún interés en que países como Ucrania se conviertan en democracias donde se garanticen los derechos civiles y políticos de la población y se respeten los derechos humanos, entre otros de las minorías existentes. EEUU y sus socios están más preocupados por la geopolítica para la defensa de sus intereses y lo de la democracia y los derechos humanos se queda en pura retórica.


[1] Euromaidán: Revolución que se produjo en Ucrania en 2014.

El fin de la hegemonía de Occidente

A lo largo de la historia de la humanidad tanto las civilizaciones como los imperios han tenido una evolución un tanto similar a los seres humanos. Surgen, van creciendo hasta alcanzar su cenit, y a partir de un momento empiezan un periodo de decadencia que los aboca, en el mejor de los casos, a su desaparición y en las situaciones más traumáticas a su total destrucción.

En la prehistoria la duración de las civilizaciones e imperios podía prolongarse durante varios milenios, pero con el transcurso del tiempo el periodo de maduración de las diferentes civilizaciones, imperios y hegemonías han ido acortándose de forma sustancial. La secuencia es diáfana. La civilización egipcia se prolongó durante más de 3.500 años, la civilización romana y su posterior imperio se extendieron lo largo de algo más de un milenio y los posteriores imperios, como el español o el británico, apenas duraron unos siglos. Ahora que la hegemonía de EEUU está en retroceso y a falta de ver quién coge el testigo, aunque da la impresión que es China quien tiene todas papeletas, podemos decir que su duración no ha llegado ni a tan solo doscientos años. El mundo cada vez se mueve a mayor velocidad, lo que hace que tenga una vida muy intensa pero que los periodos de dominación a nivel internacional sean menores.

En este contexto parece que los EEUU han entrado en una fase en la que su hegemonía no sólo está en entredicho, pues lleva tiempo dando síntomas de agotamiento, sino que los últimos acontecimientos están siendo el preludio de su desaparición como la potencia que hemos conocido a lo largo del siglo XX y, de paso, está arrastrando a los países que forman la UE y lo que conocemos como Occidente, pues no dejan de ser sus aliados estratégicos y preferentes a través de la OTAN y otros tratados internaciones.

La salida a trompicones de Afganistán ha sido algo más que un simple traspiés. Ha supuesto un torpedo en la línea de flotación de la estrategia geopolítica de todos los países occidentales cuyas consecuencias se podrán evaluar con el tiempo. Pero hay una cosa que es necesaria tener presente, cuando alguien pierde es porque otro gana y en este caso el verdadero ganador lo veremos más pronto que tarde, porque no parece que los talibanes vayan a ser los vencedores de la batalla geoestratégica.

El ridículo con el que nos han obsequiado todos los países que han tenido una intervención directa en Afganistán a lo largo de estos últimos veinte años será estudiado en los libros de historia como uno de los fracasos más estrepitosos de la política intervencionista americana y sus socios en este conflicto, superando con creces a Vietnam o a los fracasos militares de Napoleón y Hitler en la gélida Rusia. EEUU y los países de la OTAN acaban de tener en Afganistán su Waterloo particular y no parece que estén haciendo propósito de enmienda. Las políticas intervencionistas de EEUU y sus aliados en la zona van de fiasco en fiasco y han logrado que desde Túnez hasta la frontera con India, todos esos países sean un avispero. Un conflicto internacional con varios escenarios bélicos, Libia, Siria, Kurdistán, Palestina, Irak, Yemen y Afganistán entre otros, con muchos intereses cruzados en juego y con un mundo cada vez más inseguro.

La llegada de los talibanes al poder en Afganistán era de todo punto esperable. Han realizado un trabajo de hormiga desde que en 2001 fueron desalojados del poder. Han sido pacientes y han tenido una ayuda externa nada desdeñable. El Gobierno proamericano de Afganistán de los últimos veinte años ha podido mantenerse en el poder única y exclusivamente gracias a la ayuda integral que ha recibido de Occidente. Un apoyo que se ha plasmado en todo lo que puede necesitar un gobierno para mantenerse en el poder. Era como un bebe que requería todo tipo de cuidados, pero con el paso del tiempo, en cuanto lo dejaron para que se valiese por sí mismo, se diluyó como un azucarillo en el agua.

La llegada de los talibanes era predecible desde la firma de los acuerdos de Doha por parte de la Administración de Trump en septiembre de 2020. Pusieron la pista de aterrizaje a la llegada de los talibanes, pero el poder presentar a la opinión pública americana la salida de su ejército de Afganistán, no dejaba de ser la fotografía que necesitaba Trump para presentarla en la campaña electoral a las elecciones presidenciales que estaban a dos meses vista. El aceptar ante los talibanes la retirada de las fuerzas militares americanas podía ser una fuente de votos, pero también era la firma del acta de defunción del régimen proamericano de Afganistán.

Son muchas las preguntas que quedan en el aire y muchas las hipótesis que se pueden formular sobre lo ocurrido en Afganistán y los nuevos equilibrios internaciones que se van a dar a partir de ahora, y para ello va a ser necesario que pase un tiempo prudencial para poder tener una perspectiva sobre todo lo ocurrido.

A estas alturas creer que EEUU cuando interviene militarmente en un país es para exportar la democracia es creer sencilla y llanamente en la cuadratura del círculo. Todo este tipo de intervenciones en absoluto han tenido una finalidad política, sino de control geoestratégico. La estrategia que EEUU ha utilizado de forma reiterada nunca ha pasado por poner los mimbres para que en el país invadido se fuera consolidando un régimen democrático con el que sus habitantes se sintieran identificados. Sólo hay que ver el modus operandi que han desarrollado en Latinoamérica a lo largo de la historia, llenando el continente de militares golpistas. Las soluciones que han planteado, y Afganistán es uno de los ejemplos palmarios, han sido la de poner a un gobierno títere, corrupto hasta las cejas, que más que servir a los intereses de su pueblo, estaba interesado en satisfacer las pretensiones de quienes lo habían colocado en la cúspide y, de paso, enriquecerse por si en algún momento fuese necesario buscar un exilio dorado.

La política geoestratégica que EEUU y sus aliados han desarrollado a lo largo del planeta y en especial en Oriente Medio y el norte de África en los últimos cincuenta años han estado presididas por tener aliados que están en las antípodas de los estándares democráticos y de los derechos humanos, pero con el fin de satisfacer un deseo insaciable de apropiarse de todos los recursos naturales de esos países, y para ello no han escatimado esfuerzos, ni se han preocupado por esos valores que presiden los discursos de los dirigentes de Occidente. Es sorprendente que a estas alturas hablen del desastre que supone que hayan llegado los talibanes al poder en Afganistán cuando la mayor parte de los países de la región son la negación de lo que Occidente dice representar y por el contrario las relaciones internacionales de estos con Occidente son muy estrechas. Países como las monarquías del Golfo Pérsico o Israel deberían de sonrojar a cualquier demócrata, pero para los dirigentes de EEUU y la UE siempre han estado por encima otros intereses mucho más oscuros, entre ellos el crematístico, lo que les ha llevado a ser capaces de incendiar una región del planeta para defender sus objetivos.

En algo más de veinte años han conseguido el record de desestabilizar toda la región, que de por sí ya era un escenario caliente, organizando una guerra contra Irak, financiando una serie de guerras para derrocar a los regímenes de Siria y Libia, teniendo como socios preferentes a Israel y Arabia Saudita a los que les han dado cobertura para todos sus desmanes. Y al final, todos esos conflictos se les han ido de las manos. Cuando a principios de los años ochenta del siglo pasado financiaron todo tipo de grupos muyahidines, entre los que estaban los talibanes,  para luchar contra la URSS en Afganistán, utilizando Pakistán como  auténtico santuario fueron engordando a un monstruo que ha acabado por devorarlos.

Durante décadas Occidente ha tenido como uno de sus objetivos estratégicos hacer suculentos negocios con las monarquías de Oriente Medio, vendiéndoles armamento pesado, teniendo constancia que gran parte de ese armamento podía acabar en manos de grupos de integristas islámicos para realizar todo tipo de tropelías tanto en esa región como en diferentes partes del mundo y no parece que a los países occidentales eso les haya importado demasiado. Por encima de toda ética democrática estaban muy los intereses de la industria armamentística y las contrapartidas que podrían obtener de las monarquías feudales de los países del Golfo. El lema podría ser el capitalismo por encima de la democracia.

La relación que Occidente, pero sobre todo EEUU, tiene con Pakistán, que ha sido la gran base logística de los talibanes es para tener muy presente. Algo que puede parecer a simple vista como una auténtica contradicción o, dicho de otro modo, un error de cálculo por parte de Occidente, no deja de ser una zona oscura en la que Occidente ha jugado sin que le genere ninguna contradicción pero donde se ha vuelto demostrar que han sido el cazador cazado.

Que nadie se lleve a engaños, el régimen talibán no se va a sentir sólo ni va a sufrir ningún tipo de bloqueo económico al estilo de Cuba o Venezuela. Esta forma de actuar sólo está reservada para países que reivindican su soberanía, se oponen a todo tipo de injerencias externas y tienen a gala defender un sistema económico al margen de capitalismo. Si ya en el mes de julio, antes de haber tomado el poder, una delegación de los talibanes se desplazaba a Pekín para reunirse con los dirigentes chinos, nada más tomar el poder han viajado a Pakistán para reunirse con sus autoridades. Pero el país que ha sido el mayor aliado estratégico de los talibanes ha sido Qatar y por lo últimos movimientos habidos, Turquía no se quiere quedar atrás. Por tanto, si en menos de un mes de haber logrado los talibanes el poder, ya han conseguido todos estos éxitos a nivel internacional, la duda no es si Occidente va a reconocer a los talibanes, sino cuanto van a tardar en reconocerlos. Como siempre, mirarán para otro lado en materia de derechos humanos e intentarán que sus enemigos estratégicos no tengan el control total de la zona, aunque se me antoja que llegan muy parte para evitar esto último.

En todo este tablero que es la política internacional a nivel mundial tanto Rusia como China, pero sobre todo esta última, se empiezan a encontrar muy cómodas. Sin necesidad de realizar intervenciones bélicas generalizadas, al estilo de los EEUU, están ampliando sus aéreas de influencia en todos los continentes. No es que sus políticas se caractericen por métodos éticos en su forma de operar, pues utilizan todo tipo de fórmulas para ir expandiendo su influencia.

Y como ocurrió cuando estalló la Primera Guerra Mundial, a lo largo de todas estas décadas la socialdemocracia europea ha vuelto a desarrollar un papel en el que le ha preocupado mucho más los intereses de las élites de sus respectivos países que los intereses de las clases populares. No se les ha visto un posicionamiento uniforme habiendo aceptado las políticas de los partidos de la derecha europea e intentando no contravenir mucho las posturas de los EEUU. La socialdemocracia está totalmente desaparecida en lo que atañe a la política internacional, lo que deja el camino expedito para que en política internacional la derecha europea pueda hacer seguidismo de la política internacional de los EEUU, al servicio de los intereses de las multinacionales que tienen intereses en esas regiones de conflicto.

Todo este desastre que ha supuesto la llegada de los talibanes al poder de Afganistán y el desastre humanitario que ya estamos viendo, lo único que está sirviendo es para que los partidos xenófogos y de extrema derecha pongan encima de la mesa su discurso de odio para que siga calando en la población, utilizando como mantra su discurso en contra de los refugiados y el miedo al enemigo exterior. No deja de ser un discurso que cala fácilmente en la población y que no parece que encuentre grandes obstáculos para ponerlo en práctica. En este tema, una vez más, la UE está intentando escurrir el bulto y dentro de su discurso vacío aunque de frases grandilocuentes, no está haciendo absolutamente nada por resolver la emergencia humanitaria que se avecina. La fractura interna que arrastra desde hace tiempo lleva de forma irremediable a otro nuevo fracaso y así hasta que se acabe autodestruyendo.

Biden gana, Abascal pierde

El candidato demócrata, Joe Biden se ha alzado con la victoria, después de una larga carrera electoral, y de un recuento de votos extenuante. Ahora sólo nos falta por ver cuál va a ser el espectáculo que Donal Trump nos tiene preparados para su fin de mandato, porque ya ha empezado a dar los primeros pasos para la batalla legal que va a desplegar para deslegitimar la victoria del candidato demócrata. No es que quiera emular al general Custer y morir con las botas puestas. Es lo mucho que se juega el trumpismo en estas elecciones.

Los cuatro años de mandato de Donal Trump nos han deparado situaciones de lo más surrealistas,  pero lo vivido durante la campaña electoral y el recuento nos está dejando muchas señales y muchas pistas para que la sociedad mundial valore el peligro del populismo de extrema derecha, porque Donal Trump y el trumpismo no deja de ser el espejo en el que se mira la extrema derecha de todo el mundo y la española no es una excepción. Hay que intentar discernir entre el personaje estrambótico que es Trump y que sólo por su modo de actuar debería de generar rechazo a cualquiera que esté en su sano juicio, sin perjuicio de la ideología que uno profese, y lo que representa el trumpismo. Esto último es lo que debemos tener presente a la hora de analizar esta ideología.

No se puede caer en el error de pensar que Trump es un iluminado y lo que él representa es un delirio. No, el trumpismo es pura ideología populista de extrema derecha, apoyándose en la xenofobia y en el supremacismo blanco. Detrás está el ultraliberalismo económico y la negación de derechos fundamentales y civiles (el antiliberalismo político). Por ello, todas las decisiones que se han adoptado en su mandato han tenido un objetivo muy nítido: legislar en favor de los intereses de las grandes élites de los EEUU y para atraer el voto de las capas más populares de la población tiraba de manual: culpaba a la inmigración que venía a quitar el trabajo y lo que tienen a los de casa y que el resto de políticos son todos iguales, buscando en todo momento el enfrentamiento entre comunidades y creación de enemigos sobre los que proyectar todos los peligros y odios. Para el éxito de su discurso era necesario tener una maquinaria de propaganda que allanara el camino, utilizando los métodos que está utilizando la extrema derecha en todo el planeta: llenar las redes sociales y los medios de comunicación de bulos y noticias falsas. La diferencia entre Goebbels y Donald Trump es que el primero no tuvo acceso a las nuevas tecnologías y el segundo está sumergido en todas ellas.

El espectáculo que ha dado el Partido Republicano, su líder, Donald Trump y su legión de seguidores está sacada del manual que lleva tiempo usando la derecha más reaccionaria y la extrema derecha mundial, pero con el agravante que todo eso se ha estado dando en lo que hasta la fecha es la mayor potencia occidental. En la actualidad el Partido Republicano es Trump, nadie va a cuestionar su discurso porque es el partido de Ronald Reagan y Bush padre e hijo. Un partido que siempre ha estado en la línea que separa la derecha extrema de la extrema derecha.   

Lo vivido desde el cierre de los colegios electorales en EEUU, las continuas acusaciones de fraude electoral hasta la situación esquizofrénica de un presidente que cuestiona el sistema electoral del país que ha gobernado durante los últimos cuatro años son el concepto que el trumpismo tiene de la democracia y la legalidad americana. Hemos visto a un presidente de los EEUU acusar de fraude electoral a sus rivales, ha presionado a los jueces para paralizar el recuento electoral cuando todavía los votos escrutados le daban la victoria parcial y ha llamado a sus seguidores a salir a la calle para defender su reelección. Las imágenes que nos han mostrado los medios de comunicación han sido muy elocuentes. No ha faltado de nada, hasta darse el caso que algunos de sus incondicionales han salido armados a la calle. Y si esto no fuera suficiente, lo grave es que su mensaje cala con mucha facilidad en muchas capas de la población de ese país. Escuchar a sus seguidores que están convencidos que ha habido un fraude electoral en favor de Biden es una muestra hasta qué punto las noticias falsas, los bulos y la manipulación han calado en gran parte de la sociedad americana .

La derrota de Donald Trump no significa que haya desaparecido el trumpismo en los EEUU. Tiene muchos adeptos en la sociedad americana y pueden generar la crispación suficiente como para que el mandato de Joe Biden no sea un camino de rosas. En estos momentos la duda que asalta es hasta dónde puede llegar la fractura que se da la sociedad americana, porque políticamente el país está partido en dos.

No hay que dejar pasar por alto el gran apoyo que ha tenido Trump de ciudadanos de un extracto social bajo y de origen inmigrante, en concreto de la comunidad hispana. Personas que salen de noche de su domicilio para ir a trabajar y que llegan a casa después una larga jornada laboral y que su mayor preocupación es conservar lo poco que tienen. Para ellos el discurso que le vende el populismo de extrema derecha les seduce. Escuchan las frases que quieren oír.

El candidato demócrata sin levantar grandes pasiones ha sido el candidato más votado en la historia de las elecciones presidenciales de los EEUU, gracias a las fobias que generaba Trump. Una de las conclusiones es que más que votar a Biden votaban contra Trump, que ha sacado un resultado espectacular. En otro momento con el número de votos recibidos hubiera ganado las elecciones. Esto es una muestra del interés que han suscitado estas elecciones americanas.

Del mandato de Joe Biden tampoco se pueden esperar grandes milagros. La política norteamericana no tiene un gran parecido a la europea. No se puede esperar que durante su mandato se produzcan unos cambios radicales. Ni es Bernie Sanders, ni dentro del Partido Demócrata es precisamente del ala más izquierdista. Fue vicepresidente durante los dos mandatos que estuvo Obama por lo que se le puede atribuir una responsabilidad importante en la frustración que generaron las políticas de Obama en las clases más bajas de los EEUU, de lo que supo aprovecharse Trump.

La  primera consecuencia de la derrota de Trump es que los movimientos de extrema derecha populistas han perdido un referente en el poder y un altavoz de sus políticas, entre los que se encuentra la derecha española en general y VOX en particular. Si por algo destaca la derecha española es por llevar años utilizando algunas de las formas de hacer política de los republicanos y del trumpismo. Quien no recuerda la bronca política que montó la derecha española de la mano de la Brunete mediática cuando Zapatero ganó las elecciones de 2004 o la que organizó después del éxito de la moción de censura de Pedro Sánchez. Todo vale a la hora de atacar al adversario. Pero sin duda alguna, la formación política española que más empatía tiene con Trump y sus políticas es VOX. Sus mensajes vienen perfectamente elaborados de la factoría trumpista. La forma de hacer política de VOX, la estrategia de la crispación, su relación con los medios de comunicación, ese discurso subliminal de incitación a la violencia, el uso de las redes sociales para hacer circular bulos y noticias falsas es un calco de lo que lleva haciendo Trump y un sector muy importante del Partido Republicano desde hace muchos años.

El tiempo nos dirá lo que puede repercutir en VOX la derrota de Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, pero a día de hoy no puede pasar inadvertidas las imagenes que hemos visto en casi todos los medios de comunicación. La imagen de un presidente haciendo el mayor de los ridículos cada vez que hacía una declaración o escribía un tuit, negándose a reconocer los resultados electorales y ver a sus partidarios llegando a utilizar la violencia pueden gustar a un número importante de votantes de VOX, todos aquellos reaccionarios y nostálgicos del franquismo, que no son pocos, pero, por el contrario, pueden generar un rechazo en mucho despistado que ha votado a VOX, pensando que son el partido que lucha contra las élites de la política. A partir de ahora VOX no va a poder tener de referencia al primo americano de Zumosol.

El término derrota aplicado a VOX no lo debemos de entender desde el punto de vista que tenga una bajada en las próximas citas electorales. No sería de extrañar que VOX tenga un recorrido al alza gracias a un electorado proveniente de los otros dos partidos de la derecha extrema española (PP y Cs). Dentro del corral que comparten esos tres partidos la moción de censura ha dado alas a VOX. Por ello, donde hay que poner la mirada no es en cómo se reparten estos tres partidos su electorado fiel sino en la capacidad que pueda tener VOX en captar votos de sectores de la población que nunca han votado a la derecha o que sencillamente nunca han votado. Y el resultado de las elecciones estadounidenses y todo lo que hemos visto en los medios de comunicación en teoría no es un mensaje que beneficie a VOX o del que pueda casar un rédito electoral.

El deseo de VOX de que el Estado español se aleje de Europa y su deseo de acercarse a los países latinoamericanos, a través de ese término que utilizó Abascal en la moción de censura, la Iberosfera, ha encontrado un obstáculo con la derrota de Trump. A ello hay que añadir que muchos de los gobiernos que hay en Latinoamérica no tienen una sintonía con la ultraderecha española y para mayor de sus desgracias, la victoria del MAS de Evo Morales en Bolivia es otra piedra más en ese camino de VOX a emular las políticas franquistas tendentes al acercamiento al otro continente pero siempre con un tono de cierto tutelaje, como si todavía fueran provincias de ultramar.

El hecho que la inmensa mayoría de los líderes europeos hayan reconocido al Biden no deja de ser expresión del alivio que sienten. Es dar portazo a los últimos cuatro años de la política estadounidense y ello representa y una mala noticia para VOX, que hasta el momento no se han prodigado en ningún tipo de declaración. Quizá todavía no se atrevan a dar el pésame a Trump por la derrota electoral.

Política y deporte. “Fútbol en el país de los sóviets”

Deporte y política son dos conceptos que están más unidos de lo que puede parecer a simple vista a muchas personas. A lo largo de la historia se han dado innumerables acontecimientos en los que los regímenes y /o los sistemas políticos han echado mano del deporte para ensalzar sus logros o para esconder sus problemas internos. El deporte ha sido y es un trampolín que los aparatos del Estado utilizan en función de sus necesidades. La celebración de un evento deportivo, los triunfos de las selecciones nacionales o de algunos clubs suelen servir para llevar a cabo estas prácticas.

La organización de unas olimpiadas o un mundial de fútbol suele ser una herramienta que da juego para todo esto y más. A cualquiera nos puede venir a la memoria el Mundial de fútbol de Argentina-78, organizado por la Junta Militar, que lo utilizó para desviar la atención de lo que acontecía bajo la dictadura argentina y la represión ejercida por los militares. Los Juegos Olímpicos de Berlín-1936, en pleno III Reich, fueron utilizados por el aparato de propaganda nazi para mayor gloria del nazismo.

Fútbol en el país de los sóviets
Selección soviética en partido contra Holanda

A través del deporte también se han canalizado reivindicaciones políticas de diferente signo. A finales de la década de los 80 del siglo pasado, en los campos de fútbol de la antigua Yugoslavia, las aficiones de algunas repúblicas que formaban parte de la República Federativa Socialista de Yugoslavia utilizaban los partidos de fútbol para dar a conocer sus reivindicaciones políticas, llegando a darse conatos de violencia y de protesta contra el Gobierno federal.

En la década de los 80 del siglo pasado, en el marco de la Guerra Fría, se vivieron situaciones de boicot por cuestiones políticas de algunos certámenes deportivos de trascendencia mundial. Uno de ellos fue el boicot que realizó EEUU y algunos de los países de su entorno a los Juegos Olímpicos de Moscú-1980. La excusa esgrimida fue la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética. Esta espiral llevó a que la siguiente cita olímpica, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles-1984, fuese boicoteada por los países socialistas y, como alternativa, organizaron en Moscú los Juegos de la Amistad.

El régimen franquista no fue una excepción y durante los 40 años de dictadura utilizó el deporte como pantalla para esconder sus problemas internos y para estrechar lazos con las potencias occidentales.

En nuestro entorno más cercano el Gobierno Vasco, durante la II República, aprovechando que la liga española había sufrido un parón con motivo de la Guerra Civil española, creo la selección de Euzkadi. Ésta inició una gira por diversos países con la finalidad de dar a conocer a nivel internacional la situación del pueblo vasco y para recaudar fondos para el Gobierno Vasco y los refugiados.

En este contexto, el historiador Carles Viñas ha publicado recientemente un ensayo titulado “Futbol en el país de los sóviets” (Editorial Txalaparta). En él el autor se sumerge en la historia del fútbol ruso desde sus comienzos, a finales del siglo XIX, hasta la llegada de los bolcheviques y la creación de la URSS. Describe el desarrollo del futbol en relación con el devenir político y social de Rusia. El libro, que no supera las 175 páginas, es de lectura sencilla, pero es necesario destacar la infinidad de datos e información que aporta, sobre todo, a través de las anotaciones a pie de página. Este ensayo consta de tres partes y en la última se adentra en la Rusia de la Revolución de octubre de 1917 y en lo que supuso el fútbol en esa nueva etapa en la historia de Rusia, en la que se convierte en un nuevo Estado: la URSS. La Revolución no trajo la desaparición del Estado. Por el contrario, a partir de mediados de los años 20, nació un Estado mucho más fuerte y robusto en el que la práctica de cualquier deporte tenía un componente totalmente diferente al que podía tener en cualquier país capitalista. Se convirtió en una actividad primordial para la formación de la población, siendo suprimida la profesionalización del mismo.

El libro no es una historia del fútbol al uso, en el que se relata la historia de los equipos rusos, destacando los hechos deportivos. El libro va encaminado a poner el acento en la relación existente entre el fútbol y su conexión con la situación socio-política.

Cuando el fútbol llega a la Rusia Imperial en las postrimerías del siglo XIX, lo hace de la mano de empresarios británicos que se lanzan a hacer negocios en un país eminentemente agrícola. El Imperio ruso se encontraba sumido en una profunda descomposición, que se vio agravada con la derrota en la Guerra ruso-japonesa en 1905.

A finales del siglo XIX el fútbol era un deporte al servicio de la aristocracia y las clases acomodadas y del que se excluía a las clases trabajadoras. Eso, en la Rusia zarista, se tradujo en que los primeros compases de este deporte estuvieran íntimamente relacionados con la colonia británica de las principales ciudades de Rusia, San Petersburgo y Moscú, pues mantenían una posición social destacada, gracias a los negocios que regentaba. De hecho las autoridades zaristas, de una mentalidad mucho más cerrada, no veían con buenos ojos esta práctica. La actividad futbolística estaba vetada para los rusos, máxime si eran de una extracción humilde.

El autor nos describe como, el deporte en general y el fútbol en particular, va íntimamente ligado a ciertas cuestiones de contenido político. El Gobierno zarista da pasos para introducir la actividad deportiva en algunos sectores, debido a la falta de preparación física de la población, lo que repercutía negativamente en la salud de obreros y campesinos así como en la baja preparación física que tenía el Ejército ruso, lo que se traducía en los resultados desastrosos que Rusia tuvo en las diferentes contiendas bélicas. Ello ayudó a que el régimen zarista fuese cambiando su visión. En ese periodo el fútbol también tuvo como finalidad acabar con uno de los “males endémicos del país: el alcoholismo”, que generaba un gran absentismo laboral.

Carles Viñas hace una descripción del Estado policial en el que se había convertido el régimen zarista en los últimos años. Relata las innumerables trabas e impedimentos que ponía el régimen a la existencia de equipos de fútbol dentro de la clase obrera rusa por el temor que se convirtieran en asociaciones que amparasen actividades revolucionarias.

Es muy interesante el análisis que realiza sobre la evolución que tienen los bolcheviques a la hora de posicionarse ante el futbol y las diferentes ópticas que había dentro de ellos. No todos los dirigentes tenían la misma percepción sobre esta cuestión. Dentro de los bolcheviques fue Lenin el que más empatía tenía con el deporte, habiendo practicado varios deportes en su juventud, entre las que caben destacar el montañismo y ciclismo. Pero, sin duda alguna, lo que más le apasionaba era la práctica del ajedrez. Para Lenin, la práctica del deporte era una herramienta útil para formar a la persona desde los parámetros de una sociedad comunista. Pero no todos los bolcheviques tenían el mismo criterio acerca del deporte. Los detractores tenían “una visión crítica de los deportes de competición, como el fútbol,  que eran percibidos como espectáculos capitalistas”. Los comunistas se posicionaron en favor del deporte amateur, opinión que era compartida por una gran parte de la izquierda europea y en palabras del autor “las voces más críticas añadían, […] que la práctica deportiva distraía a los hombres de la política”.

Tras el triunfo de la Revolución de octubre de 1917, se desata una guerra civil en Rusia, auspiciada por las potencias aliadas, aportando efectivos militares y aplicando un bloqueo. Ante esta situación, los bolcheviques, de la mano de Trostky, organizan el Ejército Rojo, y haciendo de la necesidad virtud, incentivaron la práctica del deporte como herramienta para mejorar la combatividad del Ejército Rojo. Este fue el punto de inflexión, que logró cambiar la opinión que tenían los bolcheviques sobre el deporte.

Carle Viñas explica como en la primera década de la existencia del Estado soviético se dan diferentes ópticas sobre la forma de enfocar el deporte que generaran debates internos, no exentos de tensiones. Durante las primeras décadas de la existencia de la Unión Soviética, el bloqueo que sufrió se vio reflejado en la práctica internacional del fútbol. La FIFA tenía prohibida a las selecciones nacionales que pertenecían a ese organismo el poder disputar encuentros de fútbol con equipos o con la selección soviética. Por el contrario, la URSS, a través del futbol, intentaba romper el bloqueo existente,  “demostrar  al mundo la fortaleza de la URSS” y ser “correa de transmisión de internacionalismo” gracias a los partidos que el combinado soviético disputó con conjuntos de obreros de la Europa Central.

A nivel interno, el fútbol se convirtió en el deporte de masas de la URSS y los equipos que surgieron bajo el paraguas del régimen soviético tenía vínculos muy estrechos con las instituciones del régimen. El CSKA era el equipo del Ejército soviético, el Dinamo, el equipo del Ministerio del Interior y de la policía, por lo que recibía el apoyo de las autoridades. Antepuesto a este último estaba el Spartak que representaba al equipo del pueblo. Cuestión que generaba hostilidades y rencillas. El Lokomotiv, era el equipo de los afiliados al sindicato de transporte.

Otra característica del fútbol en la URSS fue el elemento cohesionador entre las diferentes etnias y culturas que lo componían. Este deporte de masas era más fácil que ayudara a unir lazos entre las diferentes culturas que existían en el Estado más grande del planeta que otras manifestaciones culturales como podían ser la literatura. Las masas entendían mucho mejor el deporte que otro tipo de actividades.

En resumen, el fútbol, un juego de origen burgués llegó a ser la actividad de ocio principal de la clase obrera soviética.